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ANTES Y DESPUES DEL CAOS

ANTES Y DESPUES DEL CAOS

El Nacional
SANTIAGO.-
Como salida de las bruscas partituras de una música barroca se sucedieron más acontecimientos históricos en el país en sólo siete años vibrantes que en el término de toda su vida republicana.

La nación no se detiene en el símbolo, su pasado profundo no es lo único respetable y sagrado y hay en ella sonidos sutiles que muchos se niegan a escuchar o, lo que es peor, no los entienden o los ciegan de  pura superstición y olvido temible e interesado.

El principio de fuga del ritmo musical no alcanza a dar seguimiento puntual  y cierto a esa orquestación de hechos que parecieron guiados por una deidad vengativa o enloquecida y cuyos méritos mayores se contienen en el pueblo que ahora, dolido y anestesiado por la retórica huera y políticas de puro choque, ni los canta ni los llora como debiera:

-Invasión patriótica del territorio nacional, en 1959, caída de una tiranía, un breve caos civil, elecciones democráticas, caída brutal del nuevo gobierno a instancias de la ceguera interna y externa,  exilio del presidente elegido, instauración de un régimen claramente pro-estadounidense inestable e ilegítimo, derrumbe posterior del desgobierno por un estallido revolucionario, intervención extranjera y vuelta al poder del neo-trujillismo representado por su figura estelar Joaquín Balaguer deciden esas novedades inéditas.

Súmese a ese prontuario fugaz y sudoroso la división del estamento militar, que no había ocurrido nunca tampoco.

Tómese en cuenta que sólo se enfatizan aquí aquellas referencias de la crisis de post dictadura que, por el momento parecen las más relevantes aún cuando hay, con seguridad, otras no menos memorables y pendientes de precisiones.

En los anales imperfectos de la historiografía llana y tradicional de la República Dominicana, permeada por el mito y ciertos silencios sospechosos u omisiones de necesaria reconstrucción seria, no hay una secuencia de hechos disímiles y concatenados como los ocurridos tan rápidamente y que se inician justo al final de la década de los años 50. Se “estabiliza” la tempestad, aunque no cesa, en 1966 con el ascenso de un enigmático hombre de letras que escribió apasionadamente sobre un Duarte abstracto, lejano y casi imposible cuyo ideario político no pretendió emular desde el gobierno sino que deja flotando en el ideario de un futuro utópico y en las páginas de una literatura que sólo habla de la grandeza de una nación en cierne y pretérita con unos héroes que más que de carne y hueso parecen hechos de una materia deífica e interplanetaria.

En 1959, tras  intentos fallidos anteriores que consistieron en actividad conspiradora persistente o episódica, siempre guiada por la clase media casi en solitario, contra el régimen de terror instalado en 1930 a sangre y fuego -aunque sin batallas ciertas- se produjo el intento que parecía tener las mejores perspectivas de triunfo. Una serie de acontecimientos premeditaban la posible suerte final, adversa a la continuidad del gobierno tiránico. Sin embargo, los historiadores deberán ponerse de acuerdo -la cuestión, hay que insistir, merece un examen exhaustivo- sobre cuál, específicamente de  los hechos siguientes, aparte de la muerte del tirano, que es capital,  precipitó la suerte definitiva de la Era: La Feria de la Paz, de 1955, en la que el orgullo de Trujillo lo llevó a gastar una fortuna que afectó, no modestamente, la economía del gobierno y de la nación a costa de escasos logros sociales, que nunca fueron de su interés particular.

El campo y los sectores menos asistidos del área urbana registraron en esos años, de acuerdo a datos  precisos, uno de las más altos índices de tuberculosos. Esta enfermedad viene precedida de marcadas deficiencias alimentarias que experimentó, por cierto, la población justo en los días de la Feria. La “invasión”  patriótica de 1959, alentada desde Cuba por la nueva realidad política en la isla, que estremeció al régimen, acostumbrado a yugular en silencio pasando a cuchillo o apresando y exiliando a sus gestores, las conspiraciones cívico-militares habidas desde la primera, ocurrida  en los cuarteles en 1934.

-La muerte de las hermanas Mirabal Reyes en 1960 y el atentado preparado, con el uso, como arma, del primer coche-bomba de que se tiene noticia, por sus servicios de espionaje, actuando personalmente su tenebroso dirigente Johnny Abbes García, contra el presidente de Venezuela, Rómulo Betancourt, que había denunciado su despotismo, y las posteriores sanciones aislantes de la Organización de Estados Americanos, impulsadas bajo la presión de los acontecimientos, por Estados Unidos, que controlaba ese ente político-burocrático.

Trujillo, cuyo pánico personal él manejaba a su modo, con métodos al estilo del Chicago de los años 30, no se andaba comiendo las uñas ante los retos ni, como se ve, jugaba con flojera.

-La muerte de Jesús de Galíndez, cuyas consecuencias, al tratarse de un agente activo del Buró Federal de Investigaciones estadounidense, si no fueron catastróficas sí minaron en cierta medida la confianza de esa nación en su protegido dictador dominicano, que, henchido de una altanería excesiva, no siempre medía las consecuencias de sus actos, a corto y largo plazos. Esos factores de riesgo orbitando alrededor de un gobierno al que ya iba arrinconando la historia, tienen suficiente mérito para ser concatenados -y no mencionar cada uno como único- como la reacción en cadena que precipita un hecho mayor, la caída.

Los años 60 forjan, sin que se den cuenta a fondo muchos de sus protagonistas, la nueva historia dominicana en su devenir más activo, más potente en el florecimiento sucesivo de hechos memorables que si bien son hechos reiterativos de un pasado que abunda en esa saga histórica,  trasladada a otros escenarios y personajes y factores, no lo cambian, lo renuevan con agregados novedosos tras las mismas conspiraciones, alzamientos, golpes de Estado, intervenciones, habidas en el país desde el siglo XIX, impulsadas por un caudillismo numerario, que actuaba bajo las premisas de un desarrollo precario en un territorio trágico.

El Nacional

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