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COSAS IMPORTANTES

COSAS IMPORTANTES

¿Buena o mala suerte?

Una vieja canción expresa en parte de su letra que hay tres cosas importantes en la vida, que son la salud, el dinero y el amor.
Y afirma que quien tenga las tres cosas debe darle gracias a Dios por su suerte.
Como siempre he disfrutado de buena salud, las escasas veces que me he enfermado, así sea de una simple gripe, me pongo de mal humor.
He conocido gente adinerada que cuando se ven afectados por una enfermedad de cuidado, claman a todos los santos para que los libere de su mal, sin ser en el fondo creyentes católicos.
Me encontraba acompañando a un amigo de mediana edad y de sólida posición económica, que estaba internado en una clínica afectado por una severa enfermedad renal, a las once de la mañana.
De pronto escuchamos el pregón de un vendedor de frutas, y cuando dije que me apenaba que el pobre hombre voceara su mercancía bajo un sol candente, el ricachón manifestó que si el frutero gozaba de buena salud, era más feliz que él.
Mi padre fue testigo de lo que expresó el hombre en cuya acreditada empresa laboraba como mensajero.
El próspero empresario padecía de úlceras estomacales, por lo que se veía obligado a una dieta apropiada para su padecimiento, lo que lo mantenía gran parte del día lamentando lo que llamaba su mala suerte.
Se encontraba conversando con su empleado en la puerta de su establecimiento, y cuando sus ojos se posaron en un individuo con vestimenta de pobre, que devoraba con hambre voraz un pan con salchichón mojado con el contenido de una botellita de mabí.
-Cuanto daría por poderme comer con el apetito de ese tipo un menú barato y grosero como ese que se está tirando- dijo, con expresión envidiosa en el rostro.
Claro que el dinero ofrece numerosas ventajas, y podemos citar a los hombres ricos, en materia de conquistas amorosas.
Un amigo de modesta situación económica levantó un hembrón de curvas voluptuosas en su anatomía.
Se ufanaba ante amigos y relacionados de su habilidad donjuanesca, pero un día sufrió un acceso taquicárdico cuando la dama le informó que quería romper el idilio, para iniciar otro con un viejo acaudalado.

Mi amigo hoy emite una sonrisa al recordar la respuesta de aquella fémina cuando le reprochó su liviandad chiveril.
-Seguramente eres de los que cree que el amor está situado en el corazón, pero eso es ilusión poética, ya que su real ubicación es en el estómago.
Oí a una joven atractiva decir que lo único que le exigiría a un hombre para contraer matrimonio con él era que le dispensara buen trato, que no exhalara mal olor su cuerpo, y que tuviera buen gusto en el vestir, lo cual no era pedirle mucho a un millonario.
Desde los días de la infancia escucho el relato del padre que aconsejó a su hijo que hiciera dinero honradamente, para de inmediato añadir: que si no podía hacerlo honradamente, que de todas formas ganara mucho dinero.
Una amiga afirmaba que sólo había dos clases de hombres: los que tenían dinero, y los que no valía la pena tenerlos siquiera como amigos.
Paradójicamente, se involucró en una unión consensual con un anciano rico pero achacoso, al cual abandonó en corto tiempo para casarse con un joven de contextura atlética, y de mal remunerado empleo público.
Esta fue una de las pocas situaciones en la que no se puso de manifiesto aquella máxima de que las papeletas derrotan a las monedas de escaso valor.
Las características de las relaciones románticas entre hombre y mujer varían de acuerdo a los temperamentos de las parejas.
Por ejemplo he sido testigo de romances de mujeres hermosas y cultas, con hombres rústicos e incultos, lo que contraría aquello de que el amor le entra a las mujeres por el oído.
Porque aquel individuo seguramente no había posado sus ojos ni empleado su mente en una obra literaria, lo que lo invalidaba para ofrecer caricias auditivas con palabras hermosas a una fémina.
Estas disquisiciones sobre tres elementos de capital importancia en toda vida humana no pretenden convertirse en una lección de filosofía mundanal.
Se trata de humildes pensamientos desordenados de un octogenario que cree a pie juntillas en aquello de que el diablo sabe por viejo.

El Nacional

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