Cumplí la peregrinación. Me reuní en esta Semana Mayor con Pancho en Hatico, Maole agradecí su bondad y el cuidado de mi primogénito. Zancajié a Régino desde Montecristi a Dajabón, de Ranchadero a Guayubín y de Guayubín a Pocitos, para finalmente encontrarlo en Hato Nuevo al Medio dando una misa en una casita de campo convertida en capilla ante una congregación de haitianos y dominicanos, pero ¡cuán fuerte se sentía allí la presencia del amor y de Dios!
Terminé desayunando el Domingo de Resurrección con Rogelio en la parroquia Domingo Savio, de La Vega.
Con los tres, a quienes, aparte de admirar, quiero, hablamos de la amistad, del rol de la familia, del futuro de la Iglesia y de si esta, definitivamente, va a asumir la dedicación a los pobres, la que en este inicio del papado de Francisco reivindica la que nueve siglos atrás proclamara el de Asís, en honor a quien el cardenal Bergoglio tomara su nombre.
Asistí a las tres misas. Ratifiqué mi requerimiento de perdón y me perdoné.
Aproveché mi viaje a la Línea y arrimé a Guayajayuco, la comunidad fronteriza entre Restauración y Pedro Santana que recibió mi bautizo como médico tres décadas atrás, y disfruté compartiendo con Salma, la enfermera que era de la comunidad y que me recibió con los brazos abiertos y que aún sigue siendo la enfermera de allí; junto a su esposo Cirindo y el resto de la familia, en la que ya hay varios biznietos. Jugué dos partidas de dominó y conocí al médico de puesto, que es de nacionalidad haitiana, una persona agradable y dado que la mitad de las personas que acuden a su clínica son haitianos su presencia allí es trascendente.
Regresé rejuvenecido a esta selva de cemento y me prometí volver a Guayajayuco, a las misas de mis tres sacerdotes preferidos aun Cuando sea presidente.