Opinión

El ajedrez en Santiago

El ajedrez en Santiago

Eran los años de 1960-1961, si la memoria no me falla, cuando sugerí que se establecieran matches de ajedrez entre los equipos de la Capital y de Santiago de los Caballeros.

Santo Domingo y la Hidalga de los 30 Caballeros, el primer y más valiente Santiago de las Américas, eran las dos ciudades que poseían la mayor cantidad de ajedrecistas de primera categoría.

Yo era entonces o presidente del célebre “Club de Ajedrez Presidente Trujillo” (más tarde “Club de Ajedrez Salvador Aristy”), o ya en mi primer período como presidente de la Federación Dominicana de Ajedrez.

Y así, empezamos a medirnos los jugadores capitaleños y los orgullosos jugadores de la capital del Cibao, siempre en un ambiente de amplia y franca camaradería personal y simpatías profesionales dentro del Juego Ciencia.

Era muy importante que en esos intercambios participara, aunque solo fuera jugando en su querida Santiago, el sabio doctor José de Jesús Jiménez Almonte, que era el mejor jugador de esa provincia y uno de los mejores de la República Dominicana, hasta el punto de haber sido campeón nacional.

Para sorpresa mía, de los ajedrecistas de la Capital y más para los ajedrecistas de Santiago, el doctor Jiménez Almonte, eminente científico, humanista, botánico de prestigio mundial, etcétera, tras una ausencia de los matches dijo que se reintegraba si yo no faltaba en el equipo capitaleño.

Y de esa manera, tuve la oportunidad de entablar una amistad que me honraba y de jugar contra él en su residencia del número 34 de la calle Máximo Gómez, donde, tras su muerte en 1982, vive su hijo, otro hombre genial de la ciencia y del deporte: doctor José de Jesús Jiménez Olavarrieta, el querido amigo Joseíto.

De aquellos días, recuerdo a los hermanos Álvarez, de donde salieron otros 2 brillantes jugadores: Tirso y Franklin, éste 2 veces campeón nacional; el gran músico Milo Pereyra, el famoso guitarrista y poeta Silvio Saillant, etcétera. Ya en la Capital estaba residiendo el ingeniero Ángel María Pichardo, uno de  los mejores jugadores de todos los tiempos.

Eran días maravillosos, porque se competía con gran clase y categoría, pero también se tenía la oportunidad de escuchar al profesor Jiménez Almonte, un cerebro privilegiado.

He sentido gran emoción cuando en mis manos pone su hijo Joseíto, leal sostenedor de la memoria de su padre, un ejemplar de “Nacimiento del Ajedrez en Santiago”. Para mí, pura nostalgia.

El Nacional

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