Opinión

El bulevar de la vida

El bulevar de la vida

Miguel
Alguna experiencia deberían sacar los señores de esta muerte, y sobre todo de esa vida.  

Quien se marchó fue Miguel, pero parecería que ha sido la esperanza, que ya agonizaba. Miguel Cocco Guerrero era un gladiador, un victorioso ser humano que de la derrota política hizo un monumento a la solidaridad sin banderas, al ejercicio honesto y eficiente de la función pública.

Si no alcanzó a ver la revolución social boschista, hoy tan lejana, por lo menos logró implantar a sangre y fuego la revolución ética en Aduanas. (Y hasta logró domesticar a cierta oligarquía fullera y corruptora que viene de lejos.)

Si muchos de sus compañeros habían cedido a la tentación del latrocinio, él tenía que ser –y fue-  cada vez más radical en su entereza. Un monumento inquebrantable de honradez personal y coherencia ética. (En los últimos años, leer sus declaraciones, escucharlo, era ver morir la esperanza que ahora agoniza y está más sola que nunca, ya dije.)

Miguel era el digno derrotado, vencido en sus sueños de revolución y justicia social. Primero desde una izquierda radical y despistada, y luego desde un PLD, tan victorioso electoralmente, que se ha ido muriendo de éxitos electorales, olvidos lamentables y males menores.

Componedor discreto del Frente Patriótico, siempre pensó que el PLD podía atraer a sus filas -y a sus buenas maneras de entonces- a una derechona que iba quedando huérfana de Balaguer. Sin embargo, tuvo que vivir los últimos años en el asco confirmado de que ya la derechona clientelista y corrupta cenaba con manteles en su propio partido.

Uno se reafirma en su creencia en Dios, pero deja aquí constancia de pública protesta, porque a veces el Jehova, Alá, anda distraído, quizás por culpa de algún atardecer, una María Magdalena que le sonríe, ojazos negros que le miran, ¡qué sé yo!, pero se distrae. Si no, cómo entender que entre tanto funcionarito alocado de prevaricación y Cartier, arrogante como un sargento, inútil como un florero, a Dios se le haya ocurrido llamar a su lado a ese Miguel, lúcido y solidario, excepcionalmente honesto, tierno como un abuelo, pero eso sí, firme y decidido como una patria en abril, cuando abril era la patria. “¿Comprende?”

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