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El pueblo dominicano  se enfrenta a grandes momentos de presión

El pueblo dominicano  se enfrenta a grandes momentos de presión

En el devenir de su variada y agónica historia un pueblo puede ver su cimiente y sus intereses sometidos a diferentes y desafortunadas presiones, la primera de ellas, ser lo que se ha propuesto.

Puede ser invadido, lastimado, reubicado, puede sentirse gobernado a tientas, crispado por los efectos de la naturaleza y sus violencias.

Puede verse desangrado por guerras, decepcionado.

Todas estas proclividades han sustanciado la vida del pueblo dominicano en más de siglo y medio de independencia.

Se ha visto mermado en su soberanía, invadido, casi desarticulado, procesado, burlado, prendado de una providencia olvidadiza.

En los días que discurren los acontecimientos no son menores ni menos dramáticos que los de esas veleidades de la sinrazón y del tiempo.

Gente monstruosa que ha cometido crímenes en su tierra se han aposentado en sus costas y hasta en barrios en procura de un refugio que creen seguro.

Organizaciones delincuenciales generadas por un liberalismo económico despiadado, nucleadas en bandas altamente peligrosas, le agreden de manera sistemática.

Vecinos desesperados envían a sus ciudadanos, o vienen por su cuenta, a talar el precario bosque que queda en pie en sus fronteras.

Otros vienen y matan a inocentes para robarles y atracarlos -y solo en este año va una decena- sin que las reacciones enérgicas a esa conducta desconsiderada se vea evidente, en razón, al parecer de que los muertos no forman parte de la gente notable.

Se ve saturado de impuestos que en el trasfondo abismal son imposiciones decididas por esquemas externos diseñados por gente que tiene sus problemas económicos resueltos.

Sometido a diferentes formas, estilos y características de la corrupción que van desde una abrumadora invasión de loterías, bancas de apuestas, casinos y sistemas de juego y de apuestas que controla, entre la legalidad y el sesgo, el bajo mundo.

Puede verse sometido -ya se ha visto- por fórmulas de organismos internacionales cuyas medidas llevan a muerte masiva, a la reproducción de la miseria, el desempleo, la prostitución y, de colofón, el desengaño.

A un sistema de corrupción permanente, de transgresión de sus instituciones, del reinado de la vulgaridad y la mentira.

Un pueblo como el dominicano puede verse lanzado al padecimiento de una creciente adicción y al tráfico de una mercancía que reproduce la violencia, el crimen, organizado o no, la degradación y la condena.

Naciones desarrolladas eventualmente y en provecho de que tienen ante sí a un pueblo pequeño y vulnerable, se afanan en imponerle esquemas de integración que sus pobladores no desean ni tienen razones válidas para aceptarlos.

De pasada, la misma naturaleza sostiene sus comportamientos veleidosos: cuando no lo trata con inundaciones apocalípticas, se suelta con sequías y plagas que van desde dengues mortíferos, fiebres extremas, enfermedades, desplanificaciones políticas erróneas, descuidos, aplazamientos de proyectos de desarrollo, promesas de proyectos costosísimos que no llegan.

Un pueblo es una espera y una esfera que se denota en sus mismos espejos, una esperanza, un niño que espera medio muerto, multiplicado por sus hambres y sus sueños desmembrados, las aguas negras de sus barrios, sus campos desolados, sus promesas de campaña nunca refrendadas.

Va, viene, se desmaya, se mantiene orbitando en sus vértigos y ahogándose en sus ámbitos de pobreza.

Va donde sus vecinos insulares a los que alguna vez cobijó como hermanos y lo tratan como paria.

Se queda sin repuestos y sin respuestas. El circo se agota, pero los actores no se marchan.

Maltratan al paciente, se desmaya pero se para enhiesto para ver su cortejo y apenas disfruta unas horas de ilusiones en medio de una distribución más que injusta de sus menguados recursos.

El Nacional

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