Opinión

En el ojo de la tormenta

En el ojo de la tormenta

Hace tiempo que el más emblemático de los líderes políticos de América Latina, el expresidente de Brasil, Luiz Inacio Lula da Silva, está contra las cuerdas. La gran capacidad como negociador que se le atribuía cuando él o su partido detentaban el poder se ha ido a pique. Y para colmo de su desgracia hasta los programas sociales que constituían el pilar de su gestión, y gracias a los cuales se dice que entre 30 y 40 millones de brasileños fueron sacados de la pobreza, hoy son cuestionados por expertos, aunque sin cargarle mucho el dado.

El cerco contra Lula comenzó cuando todavía su pupila Dilma Rousseff no solo estaba en el poder, sino que estimuló la cruzada contra los escándalos de corrupción en Petrobras. La investigación encontró una trama tan extensa, que prominentes empresarios y líderes políticos de todos los partidos están hoy tras las rejas condenados por diferentes prácticas ilícitas. Cuando las investigaciones se acercaron a su entorno, Lula da Silva buscó, sin éxito, la manera de resguardarse.
Cada día más cerca de un juicio por enriquecimiento ilícito, Lula ha apelado a un último recurso: declararse víctima de un proceso de persecución política. Es casi seguro que en su caso todo el interés no es propiamente jurídico.

Y que tanto con el expediente que se le ha instrumentado como con la destitución de Rousseff se haya querido enviar un aviso contundente a la clase política en América Latina. Si en una nación como Brasil, que llegó a convertirse en una de las grandes economías del mundo, sus figuras más prominentes pueden ser enjuiciadas por corrupción o violación de la Constitución ¿por qué no en otros países de la región?.

Por todo lo que ha representado es doloroso y triste el calvario por el que atraviesa un político tan carismático, que generó tanta simpatía hasta en los rincones más apartados del planeta. Invita a meditar ver a un Lula desesperado, apelando a las Naciones Unidas para defenderse de un proceso en que teme se le pueda condenar por corrupción.

En una comunicación insiste en que nunca ha hecho nada ilegal, nada que pudiera manchar su historia. “Goberné a Brasil con seriedad y dedicación, porque sabía que un trabajador no podía fallar en la Presidencia”, agregó.

Tal parece, sin embargo, que en su defensa Lula ha incurrido en algunos desatinos. Primero trató de buscar inmunidad durante la gestión de Dilma a través de su designación en un ministerio, y luego al lanzar su candidatura para las próximas elecciones.

De esa manera buscaba dar también la impresión, como aduce en su comunicación, que se le persigue por el proyecto político que representa y no por las supuestas irregularidades que le atribuye la justicia. Todo está por ver. Mientras tanto, la realidad es que está en la cuerda floja.

El Nacional

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