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La nobleza incomprendida del árbol

La nobleza incomprendida del árbol

De la sombra a la madera, a la energía curativa, a la contemplación, a la protección del nido, a la descontaminación, al fruto exquisito, al movimiento económico,  los factores contributivos discurren, torrenciales, en árbol.

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Dos pájaros reposan sobre el mismo árbol y sobre el conocimiento, y no son más que uno, y superan el séptimo cielo. Otros seres sagrados descienden, en el levante y en el poniente, como aves por el alerce, y a sendos lados, asciende y desciende el sol.

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Nuestra deuda con el árbol, cuya nobleza enmudecida le toma al viento la voz- y parece que llora en su injusta caída- es impagable.

El hacha inclemente o la sierra brutal, al despojarlo de la vida, precipitan el  fin posible de una civilización cruel y derrochadora.

Es ésta una agresión exactamente proporcional, de forma inversa, al daño espectacular que le hemos inferido al inocente durante eones y milenios.

Es una agresión que se revierte de manera automática, aunque no lo notemos del todo, contra su victimario.

Es una sola criatura a la que parece que quisiéramos arrodillada pidiéndonos perdón o quemada en una hoguera inquisidora.

El cambio brusco de un clima tolerable a otro insostenible, el paso de los humanos por una región, la desolación en que suele derivar, la desertificación, la ausencia del registro vital que es el árbol, señalan ominosamente, en términos de desastre, la presencia humana.

Un bosque es un árbol multiplicado por sus bondades y  por la fuerza sensitiva que dispone.

Desmontarlo como quien destruye un templo sagrado o un sueño imperioso, es una de las formas groseras del poder ejercido con sorna, con un enorme sentido del despropósito.

Te enseña la meditación esclarecedora, la mejor comprensión de los universales y de la vida, como le ocurriera al Buda bajo el árbol de Bodhi, o Jesús ante el monte de los olivos, y muchos otros iniciados que decidieron espacios espirituales, trascendentes, a esta civilización descreída.

Sierra

Te lo da todo y sólo exige algún cuidado no exacerbado.

La sierra eléctrica es hoy instrumento eficaz de la ceguera y el escarnio.

Actúa contra una especie de gran nobleza, instrumento defensivo inmejorable contra los peligros de una radiación solar exacerbada,  se ha convertido una de las armas más peligrosas  que haya habido alguna vez en manos humanas.

Copiosa, desaforada, es la densidad simbólica que rodea a este ser al que nuca descifraremos de manera definitiva sus servicios al planeta.

Miercea Eliade ha encontrado en su recorrido de investigador de la riqueza mítica de pueblos antiquísimos, la idea del árbol como un cosmos vivo y en perpetua regeneración.

Es asimismo, símbolo de la vida en una perenne evolución, en ascensión hacia el cielo.

Este evoca todo el simbolismo de la verticalidad.

Leonardo da Vinci, citado por el Diccionario de Símbolos de Jean Chevalier  siente que tiene el carácter cíclico de la evolución cósmica.

Así, el árbol expresa en la hoja que caduca, la muerte, la regeneración en su renacimiento.

Cada año se despoja de éstas y, con el tiempo, se recubre de ellas.

Por igual, reúne todos los elementos: el agua circula por su savia, la tierra se integra a su cuerpo, por sus raíces, el aire alimenta sus hojas, el fuego surge de su frotamiento.

Coloca  en comunicación los tres niveles del cosmos: el subterráneo, dadas sus raíces que hurgan en las profundidades de la superficie de la tierra, por su tronco y sus primeras ramas, las alturas por sus ramas  y su cima, atraídas por la luz del cielo.

El Nacional

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