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Máximo Gómez no liberó a Cuba

Máximo Gómez  no liberó  a Cuba

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Nuestro país está saturado de mitos, el primero, los tres padres de la patria, cuando en realidad es uno solo, Juan Pablo Duarte Díez, porque República Dominicana es el único país que tiene tres padres de la patria; el segundo mito es Juan Sánchez Ramírez que no significa nada para la conformación de la patria dominicana, una provincia tiene su nombre y la calle que cruza el Baluarte de la patria se llama Palo Hincado, que no significa nada para la conformación de la patria, y un tercer mito, la “batalla” del 30 de marzo de 1844, con la desfachatez no impugnada por ningún historiador del embuste de 868 haitianos muertos y ni un contuso patriota, una colosal patraña no desmitificada.

Nuestra amada Cuba, a la que aportamos valores a la causa de sus luchas redentoristas, general Modesto Díaz, amigo de intimidad de Carlos Manuel de Céspedes; Manuel de Jesús de Peña y Reynoso, secretario particular de Carlos Manuel de Céspedes cuando produjo el 9 de octubre de 1868 el grito de Yara en su finca La Demajagua, provincia de Oriente, por la independencia; Marcos del Rosario, que acompañó al apóstol José Martí en su ruta marítima desde Cayo Pablillo en Montecristi, hasta Playitas, donde perece al inicio de una reyerta en Dos Ríos, y el generalísimo Máximo Gómez, definido con certeza por el escritor y estadista Juan Bosch como “El Napoleón de las Guerrillas”, sostiene el mito de que “es el libertador de Cuba”.

Varias publicaciones exaltan al bizarro guerrero dominicano oriundo de Baní, provincia Peravia, sus hazañas asombrosas, pletóricas de arrojo, valor temerario y desprecio por la vida, pormenorizadas en su Diario de Campaña, monumento de sacrificios inútiles, última edición por la Fundación Máximo Gómez, 2017, con prólogo del historiador, político, articulista y afecto de excepción por medio siglo, Euclides Gutiérrez Félix.

Sacrificios inútiles fueron las dos guerras por la independencia de Cuba, como inútiles fueron las odiseas del Che Guevara en Angola y Bolivia. ¿Qué se consiguió de positivo con esas odiseas guerreras para la independencia de Cuba y para la expansión de la revolución cubana?

Desde siempre se atribuye al generalísimo Máximo Gómez como el gestor de la independencia de Cuba, y resulta que escudriñando la historia sin pasiones, con el bisturí de la verdad de los hechos, quien otorgó la independencia a Cuba fue el presidente norteamericano Theodore Roosevelt, conforme desgloso en este trabajo de investigación, en procura de la condigna rectificación histórica.

Cuba sostenía una prolongada guerra de independencia y/o liberación de España, 1868-1878, la llamada Guerra Larga de diez años, que culmina con el Pacto del Zanjón, el 10 de febrero de 1878, seguida por la Guerra Chiquita (1895-1896), cuando el apóstol Martí ordenó un ataque múltiple a las tropas españolas dominantes de la isla desde 1492, debut de su estreno imperialista en el Novo Mundo, conquistado por el Primer Almirante de la Mar Océano, Cristóbal Colón Fontanarrosa.

Acorazado Maine

Con la excusa de proteger los intereses y ciudadanos norteamericanos residentes en Cuba, idéntica versión cínica y embustera esgrimida el 28 de abril de 1965 en nuestro país para invadirnos por segunda vez en el siglo XX, e impedir el triunfo constitucionalista y el retorno al poder del derrocado presidente Juan Bosch, el presidente William MacKinley, a sugerencia de su viceministro de Marina, capitán de navío (coronel) Theodore Rosevelt, envió a La Habana al acorzado Maine, que ingresa al puerto el 25 de enero de 1898, sin avisar a las autoridades españolas, respondiendo Madrid con una actitud pueril enviando al puerto de Nueva York al crucero Vizcaya.

El 15 de febrero de 1898 se produjo la espantosa y cuestionable explosión del crucero Maine, surto en la rada de La Habana, episodio histórico cumbre que Estados Unidos atribuyó a España, pretexto para intervenir al país, declarando previo la guerra a España, entre galeones de madera contra acorazados de acero, el clásico pleito entre mono amarrado y león suelto.

España resultó vencida, perdiendo las últimas posiciones de 406 años de hegemonía en el Continente Americano, y mediante el Tratado de París, formalizado entre Madrid y Washington el 10 de diciembre de 1898, España cedía a Estados Unidos sus dominios de Filipinas y la isla de Guam en el Pacífico, y Puerto Rico y Cuba en el Caribe, sus últimas dos colonias en América, completando de ese modo, la doctrina imperialista del Destino Manifiesto, consistente en expandir el dominio de Estados Unidos desde la costa del Atlántico hasta el Pacífico, incluyendo endosar a México y el Caribe insular.

A la distancia de 120 años, Estados Unidos no ha establecido de manera clara, específica y convincente, la o las causas que interactuaron en la explosión del acorazado Maine.

El capitán del Maine, Charles Sigsbee, deponiendo ante una junta militar naval, admitió descuido en la vigilancia del navío la noche del 15 de febrero de 1898, y cuando ocurrió la explosión, Sigsbee se encontraba en los camarotes de popa del navío de guerra.

Estados Unidos acusó, mediante el vicesecretario de Marina, Theodore Roosevelt, sin el menor fundamento ni prueba a España de la ocurrencia trágica en la que perecieron 254 marinos, de una tripulación de 355, de colocar una mina como sabotaje, una acción siniestra en la que España sabía que de autorizarla, concluiría en un desastre para su armada y para su declinante imperio, como aconteció, por la sencilla ecuación de la diferencia de poder militar entre las dos naciones.

El Nacional

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