Opinión

Mensaje de entrevista

Mensaje de  entrevista

Quizás pocos acontecimientos hayan ocurrido en este país que sean radiografía tan nítida de la situación que caracteriza una nación que ha roto parámetros de falta de institucionalidad, donde su Constitución no pasa de ser un viejo adorno de esos que se heredan de antepasados, que se aprecian mucho, pero jamás se usan, como la lastimosa entrevista a todas luces pactada entre el presidente y su anfitriona, dispuesta para echar a rodar los principios elementales que deben regir un comportamiento periodístico que respete la ética de su ejercicio.

Destrozaba el alma aquel espectáculo circense donde convergían la persona llamada a encabezar el conglomerado de ciudadanos respetuosos de las normas y una comunicadora que tiene el deber moral de ser la voz de todos los que en ese momento habrían deseado formular al primer mandatario preguntas largamente guardadas y desesperadamente no respondidas.

El primero de ellos, sin ningún rubor, tomó en sus manos el contrato social, hurgó en sus páginas la sección que trata su imposibilidad de continuar en el cargo más allá del 2020, y para asombro de un público que no podía dar crédito a lo que presenciaba, se puso de pies, tiró con brusquedad el texto, colocó sus lustrosos zapatos sobre él y lo convirtió en hilachas mientras una sonrisa nerviosa se configuraba debajo de su bigote negro a fuerza de artilugios.

La segunda, asistía a la noche mágica de su vida, la cual le brindaba en bandeja capaz de portar el tamaño de su valía, la oportunidad de colocar en escena lo más extremo de su empalagoso estilo, estaba en sus aguas, pletórica de engañoso orgullo y convencida de que había asistido al cumplimiento riguroso de sus encomiendas. Ellos, felices, su auditorio, en ruinas.

De esa manera culminaba el montaje, derroche explícito que prueba que, como sociedad, estamos en los umbrales de siglos que se pretendían superados. Aquí, los caudillos solo han sustituido monturas, briosos corceles por coches de última generación; apenas se han modernizado mecanismos con los cuales comprar la histórica sumisión; la genuflexión ante el poder continúa tan inalterable como sigue siendo diminuta la dignidad de tantos; las reglas previstas para organizar un entorno que no alcanza la categoría de Estado se manejan al antojo de la voluntad del mandamás de ocasión.

Así se nos va la vida, ahora suspendida hasta marzo, cuando al inquilino del trono divino se le antoje revelarnos su insolente secreto.

El Nacional

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