Reportajes

Nada ocurre sin motivo

Nada ocurre sin motivo

Un factor delictivo nacido en el ejercicio “político” siempre arrastrará al otro hacia el abismo unánime de la impunidad.

Nada ocurre sin motivo.

En el agrio ferrocarril de las  prácticas arpías van montados los centauros cimarrones de la criminalidad.

Criminalidad que es tolerada o temida o “ignorada” como mal de alta peligrosidad institucional y agresión a la convivencia humana.

Nadie ha podido demostrar que matando un enjambre se eliminan las plagas.

El liderazgo que no procede con humildad y no abandona el carácter corporativo del ejercicio político, no trascenderá históricamente y se arriesga a ser la cifra de cualquiera que ocupa un espacio que alguien tenía que llenar.

Los enfermos no se sanan porque les redoblen la dosis de medicamentos sino porque adquieran la sensación de sentirse bien.

Esta es, en cambio la era de la insatisfacción contra casi todo.

Esa visión del uniforme que castiga y aterra va de utópica a miope, de restringida a ineficaz.

Y mantiene el mismo ciclo de violencia, de golpes y de contragolpes con que ha vivido el mundo durante décadas de no lograr nada, salvo empeorar las cosas como ocurre hoy en México, drama que amenaza desbordarse en un territorio de áreas urbanas hiperpobladas con poblaciones altamente insatisfechas y marginadas.

Hay que secar el pantano por completo con asepsia seria, imaginación, disposición al ejemplo, más medidas sociales y menos policiales, libres de la corrupción social que también es sistémica, endémica e hipodérmica pues se inyecta desde pequeños como desigualdad “necesaria y natural”. Que no operan como valores a considerar.

La delincuencia sistematizada y brutal que asesina a inocentes, producto directo e indirecto del neoliberalismo en su ruta crítica de expansión causal, no puede ser extinguida mientras persista la delincuencia política que consume lo que falta en el plato del potencial infractor de la ley por lo general joven, desempleado y desesperado.

Un estudio cierto y reciente revela que en Santiago muchos de los atracos registrados los han llevados a efecto jóvenes  que laboraban en  las cerradas empresas de zona franca.

La investigación ha circulado de manera confidencial entre personas influyentes.

Como demostraron los difíciles años sesenta llenos de incertidumbre y de mundos por inaugurar, la gente es capaz de aguantar las mayores privaciones si se le mantienen el sueño de un porvenir mejor.

Cuando la zarandean y la embriagan y la desvían de su cauce natural, las multitudes sólo tiene la alternativa de sacudirse u de prestarse al juego autodestructor que es en cierta medida lo que ha sucedido con la caida  violenta de las valoraciones positivas de muchos dominicanos sobre su suerte, su desamparo ético, su ganas de cambio y el mensaje evolutivo de aquellos días de pos dictadura que devolvía algo de la primavera para volver a caer el manto seco y gris del Golpe de Estado y el complot permanente contra el país de la extrema derecha.

La tolerancia del poder al delito de Estado y su conversión en crítica agresiva a quienes censuran la inconducta mantiene vigente la comisión de nuevos hechos punibles.

Sin paradigmas de dignidad y de mística o de sentido histórico en el ejercicio político a la ciudadanía la amenaza la desintegración social.

Los premios que emergen de negociaciones que incluyen la impunidad obscena a figuras que la opinión pública señala como gente tenebrosa dificultan cualquier iniciativa en esa dirección aún si ésta fuera seria y concordante.

El escudo de la “gobernabilidad” insertado como excusa en el contexto de la anuencia  indirecta al delito de cuello blanco parece hermoso en principio.

Pero es la navaja sobre su cuello al término del drama.

El asesinato puntual de delincuentes nacidos en la putrefacción social causada por la casi ausencia de algún icono ejemplarizador no va a detener la comisión de asaltos, robos y crímenes ya generalizados.

El único logro ostensible de la secuela de crímenes policiales es el odio a esa institución en la que hay personas de baja graduación que ingresaron a sus filas para ganarse la vida.

Hay gente seria, hay ejecutores, hay violentos.

Si no terminan asesinados, lisiados, agredidos, pensionados talvez, lo harán marcados y envilecidos por quitarle la vida a un ser humano que merecía que se le enjuiciara.

Escenas como la de disparar a grupos de adolescentes y herir a algunos-vistas por miles en Santiago en programas especializados sobre el tema-sin causa justificada en Licey,  al inicio de la semana pasada, o lanzar a otro joven que todavía agonizaba como un saco de huesos en una camioneta policial en La Vega  sin prestarle los cuidados médicos de lugar, resultan espeluznantes y un bochorno inhumano.

No hay precedente

En República Dominicana no hay precedente de sentencias contra personas que se enriquecen con dinero del Estado a través de prácticas corruptas. Es común ver un dirigente enriquecerse de un año a otro   sin que nadie cuestione la procedencia de su fortuna.

El Nacional

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