Opinión

Pepe Mujica

Pepe Mujica

Siento respeto por la figura de Pepe Mujica, pero no me resultan ineludibles sus paradigmas políticos. Por eso, intento evaluarlo con la mayor objetividad posible para alejarme de algunas posiciones que, dicho con franqueza, las valoro como populistas y extremas.

Estoy persuadido de que su figura brilla con mayor fulgor impulsado por un entorno internacional en el cual pocos estadistas resaltan por haberse resistido al embrujo distorsionante de personalidades que ejerce el poder en muchos.

Pepe Mujica fue capaz de entrar y salir del ejercicio de la más alta magistratura de su nación y continuar siendo la misma persona, asumiendo su vida con idénticas pretensiones y aferrado a sus principios y valores.

Eso es un mérito indiscutible y debe ser rescatado en lo que significa el valor de la frugalidad y la trascendencia de justipreciar lo esencial por encima de cosas fútiles. No obstante, ¿quiere eso decir que es imprescindible bordear la pobreza para estar dotado de las aptitudes requeridas para un buen gobernante? ¿Están descartados para el ejercicio de la política quienes con su esfuerzo personal y trabajo honrado han alcanzado importantes condiciones materiales de existencia?.

Pepe Mujica afirma que los gobernantes deben vivir igual que la gente. Comprendo que siempre será rechazable la ostentación y el efecto demostrativo obsceno en medio de franjas extendidas de pobreza, pero ¿hasta dónde no resulta demagógico insinuar que un jefe de Estado desarrolla su cotidianidad en similares condiciones que el promedio de los habitantes de su país?.

Prefiero evaluar las políticas públicas implementadas por un presidente y los resultados de su gestión gubernamental, antes que detenerme en asuntos que me parecen de segunda importancia, como el modelo del carro en que se transporta, los ingresos que recibe o la casa donde reside.

Si Pepe Mujica dejó al Uruguay en mejor condición que en la que estaba al inicio de su mandato, y si la desigualdad social disminuyó, entonces hay que congratularlo por su exitoso paso por el poder. De no haber sido así, de poco habría servido, pese a su vida austera y casi monástica.

Me quedo con el legado de Don Pepe en lo que concierne a propiciar un cambio político posible, antes que aferrarse a ideas que, por extremas, se traducen en obstáculos insalvables para ser aplicadas. Eso tiene una connotación de mayor dimensión que proyectarlo a partir de nimiedades que, por sí mismas, no son fuentes de soluciones colectivas.

El Nacional

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