Opinión

QUINTAESENCIA

QUINTAESENCIA

Rafael Ciprián

Huracanes y pobreza

 

El pueblo, en su legendaria sabiduría, afirma que el agua, como todas las manifestaciones de la Naturaleza, siempre deja más que lo que se lleva. Así es. Los fenómenos atmosféricos aterrorizan a los seres humanos, y los obligan a buscar la forma de preservarse. Los llamados animales irracionales también actúan en ese sentido. Pero las personas, diferentes a los demás seres vivos, se apegan a sus bienes hasta el grado de que prefieren poner en peligro la vida, antes que abandonar su propiedad.

En esos casos, las autoridades tienen el deber de emplearse a fondo para persuadir a las personas, y llevarlas a tomar las medidas necesarias, incluyendo traslados a refugios apropiados.

Hay que reducir las posibilidades de muerte. Y, en casos extremos, si tienen que forzar las evacuaciones, se justifica que lo hagan, con el respeto debido a la dignidad y a los demás derechos fundamentales de esos individuos.

Los que vivimos en esta región del Caribe, que es la ruta tradicional de los ciclones y huracanes, sabemos tanto como los estudiosos del Ártico, con los deshielo y los desprendimientos constantes, que el cambio climática ha trastornado la Naturaleza. Y todos los que tienen cierta formación conocen las causas: la explotación irracional de los recursos naturales y las abusivas emisiones de gases y demás contaminantes del medio ambiente.

Para los aborígenes y los que hoy tienen conciencia del necesario equilibrio ecológico, la Madre Tierra está seriamente herida. Los países desarrollados no la respetan, por su búsqueda enfermiza de los medios que les permitan aumentar la producción capitalista. No comprenden que tenemos un globo terráqueo. Y con él nos salvamos todos, y sin él nos perdemos todos.

Ninguna norma jurídica sobre la trasparencia y el acceso a la información pública es más efectiva que un huracán. Este sabe sacar a flote todo lo que esconden las autoridades sobre las condiciones humanas en que se desarrolla el país. Con el paso de ese fenómeno, saltan a primer plano en todos los medios de comunicación las desigualdades sociales.

Los huracanes y los ciclones corren todas las cortinas y levanta todos los velos que ocultan la miseria en que sobreviven las grandes mayorías nacionales. Nadie que se respete lo puede negar. Basta pensar en San Zenón y David o, más actual, en Irma y María. Los damnificados reciben atenciones mínimas y, con el paso rápido del tiempo, son olvidados a su miserable suerte.

Pero la pobreza sigue ahí, tozuda, como todos los hechos.

Los fenómenos atmosféricos saben descubrir la pobreza hasta en los Estados Unidos de Norteamérica. Se admite que en la tierra de Abraham Lincoln hay más de cincuenta millones de pobres. Katrina, en Luisiana y Nueva Orleans; Harvey, en Texas y Houston y María, en Puerto Rico, nos han mostrado el amargo rostro de la pobreza en la primera potencia del mundo.

Es tiempo de que salvemos a la Madre Tierra y que superemos la pobreza.

El Nacional

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