La religión con sus mensajes de desprecio hacia la mujer es co-responsable de la violencia que ellas sufren. La historia y la práctica de las religiones está interpretada y dirigida exclusivamente por hombres; interpretaciones en las que la misoginia se hace patente. Es aquí, donde bebe el machismo y donde algunos hombres encuentran un buen sostén y justificación a sus actos de violencia de género.
La mujer budista debe ser sumisa; Buda consideraba a las mujeres poco más que animales, solo por la insistencia de su tía Nirvana se permitió a las mujeres entrar a los templos. En la india una vaca vale más que una mujer. En el islam si la mujer es rebelde el hombre puede pegarle, puede tener hasta cuatro mujeres a la vez y la mujer se puede casar a cualquier edad -Aixa una esposa de Mahoma- tenía solo 9 años.
En el cristianismo y judaísmo, hace 5 mil años, una mujer dio un mordisco a una manzana y convenció al marido a que también lo hiciera, de ahí en adelante todo lo que ves mal en el mundo, todo tu sufrimiento es culpa de esa señora, lo dice san Pablo, san Agustín y santo Tomas. La mujer no puede dar misa ni aspirar ninguna responsabilidad en la jerarquía, además, debe permanecer sumisa a su marido por los siglos de los siglos.
Las religiones, más que propiciar un pensamiento igualitario entre mujeres y hombres, justifican las desigualdades entre ambos colectivos. “La mujer es inferior al hombre, es un ser despreciable y pecador, por lo tanto “el látigo” y el castigo están justificados”. De ahí, al asesinato, como está ocurriendo, media un paso. En nombre de las religiones se sigue defendiendo la discriminación y la dependencia del varón, en todos los sentidos y momentos.
La condición de la mujer y su lucha para la afirmación de los propios derechos encuentra el enemigo común a afrontar, en las religiones. Mujeres y hombres tenemos la urgente tarea de romper con los valores patriarcales que se esconden en las religiones, causantes, entre otros factores, de la violencia sobre las mujeres.