convergencia Opinión

2024: el perdón

2024: el perdón

Efraim Castillo

Este año que comienza, este 2024 que empieza a rodar es una magnífica ocasión para practicar el perdón. Y yo creo en el perdón. Más aún, creo que el perdón es el más extraordinario de los reciclajes humanos, ya que evade la esclavitud, la dependencia enfermiza del amor, del aberrante odio y de la lastimosa pena.
El perdón proyecta lo mejor de nosotros y nos libera, acercándonos más a nosotros mismos y, desde luego, a los otros. Al practicar el perdón nos llenamos de alborozo, formamos parte de un agasajo donde el espíritu y la carne se funden, se eternizan y nos convierten en verdaderos ángeles.

El perdonar, más que un arte, más que una liberación, más que una solución filosófica o metafísica, más allá de Hobbes, Rousseau, Kant o Spinoza, es la extracción de una inmensa fibra que llevamos dentro y que, al tocarla, brota llena de luz, aletea y nos envuelve de paz cuando nos dañan y perdonamos, sepultando esa otra fibra que llamamos odio y que nos aleja de los otros. Mientras el perdón es gozo, fiesta espiritual, el odio es oscuridad, rencor, temor, exclusión.

Esas dos fibras que pueblan nuestro ser pueden definir el ethos y lanzarnos a la historia de manera diferente: como a Nerón o Calígula, que sucumbieron frente a las venganzas, o como a Jesús, que abogó y murió perdonando a sus verdugos, lleno de amor.

La historia de cada civilización se ha definido por esas dos fibras: las civilizaciones del odio, del ojo por ojo y diente por diente; y las que han heredado el perdón a través del cristianismo, enriqueciendo la historia y humanizándola mediante la misericordia, el perdón y el amor.

Por eso, la materia de ángel que llevamos dentro siempre aguarda por la decisión de saber valorar el perdón y utilizarlo en los momentos precisos. Como Solón, en el año 594 (a.C.), que atento a la crisis agraria que asolaba Grecia, tomó la medida de abolir las deudas de los campesinos, decretando que todos los esclavos por deudas fueran liberados (V. V. Struve: «Historia de la Grecia antigua II, 1981»; o como Juana de Arco, el 24 de mayo de 1431, sonriendo con amor a los que la llevaron a la hoguera; o como Juan Pablo II frente al hombre que atentó contra su vida, el 13 de mayo de 1981, por el que oró cada mañana y perdonó frente a frente en 1983; o como Magali, mi querida hermana, perdonando al orate que la agredió a golpes cuando salía de su trabajo.

El perdón siempre debe remitirnos a la «áphesis» griega, a «ese dejarlo ir», a la «remisión y absolución de una falta», porque el perdón comienza con una sonrisa y los ojos humedecidos de amor… y luego las palabras y los estremecimientos brotan espontáneos.

Sí, creo en el perdón, la más rica herencia legada por Jesús, la única señal de que dentro de nosotros existe una materia de ángel.