POR: Pedro P. Yermenos Forastieri
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La frivolidad que satura la mayoría de actividades de las realezas, de España o de cualquier otro lugar, puede confundir. Los hechos no se quedan ahí, en temitas vacuos como ropajes; el chisme amoroso, o lo bien o mal avenidas de las relaciones de pareja de sus miembros.
Se trata de instituciones con elementos de innegable connotación política, y no de cualquier tipo de política, sino de la más alta que pueda concebirse. La condición de Jefe de Estado del Rey, en el caso de España, bastaría para confirmar que es de política que hablamos. En ese sentido, las actuaciones que vinculan a la realeza, deben ser evaluadas desde esa perspectiva.
La abdicación del Rey Juan Carlos, lejos de ser una excepción, confirma lo que digo, y es en aspectos de naturaleza política en los cuales hay que detenerse para comprender las causas esenciales que motivaron una decisión que se habría postergado si los acontecimientos no hubiesen tomado el curso que tomaron.
La Corona española estaba sintiendo los efectos de una reducción sistemática del apoyo popular del que siempre ha sido beneficiaria. No es posible afirmar que no preserve una cuota de adhesión elevada, pero lo trascendente es que venía sistemáticamente perdiendo sustentación en la apreciación colectiva y eso constituía un peligro ante el cual había que reaccionar.
En adición a los imperativos naturales de los tiempos que corren, los cuales determinan una cierta repulsión por aquello que no se traduce en mejoría de las condiciones materiales de existencia de la gente, sino lo contrario, están los escándalos de corrupción en los cuales se han visto involucrados miembros importantísimos de la Casa Real, y los percances personales que han afectado la imagen del propio Soberano.
Dejar las cosas por el camino que transitaban implicaba un alto riesgo que podía hacer perder lo más por lo menos, y es en ese contexto que se toma la decisión política de abdicar al trono en favor de Felipe, bajo la premisa de que era necesario un sacudimiento para revitalizar la imagen y, por fortuna, se tenía a mano una figura que salva el alicaído entorno real.
Las cosas, al parecer, no se van a detener ahí. Los actos de entronización del nuevo Monarca, su discurso, y la relativa frugalidad, apuntan a una estrategia de mayor conexión con una sociedad que padece momentos difíciles y, por ello, tiene baja disposición a tolerar más dislates.