convergencia

Abril como mantra

Abril como mantra

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Meses antes de aquel hito, de esa fecha de conmoción y heroísmo que fue el 24 de abril, los escritores pertenecientes a la Generación del 60 contábamos alrededor de veintitrés y treinta años -casi todos nacidos entre 1937 y 1942-, y nos encontrábamos rodeados de una relación de fenómenos completamente diversos: nos aguijoneaba un trujillismo aún presente y perturbador, donde el recuerdo del dictador atosigaba nuestros sueños; nos deslumbraba el existencialismo sartreano, lleno de planteamientos ateos y asombrosos, como el enunciado de que “si estás solo cuando estás solo, estás en mala compañía”; y nos atraía como un imán el naciente fulgor de la revolución cubana, donde Fidel y el Che irradiaban el encanto mágico de la aventura que construye la reivindicación. Pero sobre todo, nos entristecía la reciente muerte de Manolo Tavárez, en 1963.

Recordar los nombres de esos jóvenes escritores es una vuelta a la nostalgia del pasado: Iván García, que blandía el teatro como un fuego; Miguel Alfonseca, cuyo canto convirtió en presencia viva las metáforas de la angustia; Antonio Lockward Artiles, que motivó los cultos en sus poemas y relatos; Juan José Ayuso, que esgrimió la brevedad sobre la rampa de lo participativo; Jacques Viau Renaud, el silencioso profesor dominico-haitiano de francés, con una poesía que trascendió nuestra frontera; Jeannette Miller, la niña de la calle doctor Delgado que desbordó la paciencia de la urbe con sus atrevidos versos; Héctor Dotel, que desvistió los fantasmas del sur en los cenáculos de la aurora; Leonte Brea, que desde la UER observó la célula social como pura trascendencia; Rafael Añez Bergés, que operó un teatro que vislumbró los nuevos tiempos; Armando Almánzar Rodríguez, siempre dispuesto a narrar la utopía del cinematógrafo; René del Risco, un tambor sonoro desde San Pedro de Macorís que estremeció la alborada; Grey Coiscou, que con su poemario “Raíces” catapultó un espacio poético señalado anteriormente por Carmen Natalia Martínez y Aida Cartagena Portalatín.

Los jóvenes de la Generación del 60, todos llenos del fuego pasionario que bulle por las búsquedas reivindicativas, fueron protagonistas de un movimiento de heroicidad que cubrió todos los frentes del combate: la lucha armada desde la pluralidad compartida en los comandos; las estrategias cognitivas, publicitarias y propagandísticas para levantar los valores; la puesta en escena de obras teatrales y recitales corales; los concursos literarios, gráficos y pictóricos relacionados con las resistencias históricas frente a las opresiones hegemónicas. Todo organizado desde un frente cultural creado por Silvano Lora.

Sin embargo, es bueno apuntar que desde la “otra cara” de la resistencia cultural, sería preciso introducir a otros jóvenes, como Franklin Domínguez (1931), un mago del teatro que se integró a la lucha desde el primer día; José Israel Cuello (1939), Asdrúbal Domínguez (1936), Narciso Isa Conde (1942) y Bonaparte Gautreaux Piñeyro (“K’bito”, 1937), quienes apoyaron fervorosamente con sus escritos -junto a Hugo Tolentino Dipp (1930) y Jottin Cury (1920)- la sostenibilidad de aquella revolución y guerra patria.