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Abril como mantra

Abril como mantra

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Todo movimiento que enfrenta la intervención de una potencia imperial, si no cuenta -además de combatientes armados- con la participación de un frente integrado por escritores y artistas comprometidos, estará condenado, más allá de la derrota, a una lucha que, irremediablemente, se diluirá en el olvido. ¿Acaso no registra la vencida segunda república española un mayor despliegue heroico que el triunfante ejército franquista?.

Es obvio, que ese despliegue de heroicidad a favor de los vencidos, se debe al testimonio presente de la Generación del 27, que durante el decenio de los veinte y en pleno desarrollo de la guerra civil, llenó los espacios culturales durante las batallas, con una literatura que prodigó las hazañas y bondades de los combatientes.

 Así, los testimonios de Pedro Salinas, Jorge Guillén, Rafael Alberti, Federico García Lorca, Luis Cernuda, Dámaso Alonso, Vicente Aleixandre, Gerardo Diego, León Felipe, Miguel Hernández, Rosa Chacel, María Zambrano, Manuel Altoaguirre y Emilio Prados, entre otros integrantes de aquella prodigiosa generación, resuenan gloriosos para perturbar los vítores de los triunfadores franquistas, en un mundo que aún olvida la barbarie fascista.

Inclusive, el mural Guernica de Picasso -realizado en la rue des Grands-Augustins de Paris (1937)-, fue parte de esa resistencia cultural que denunció las brutalidades que los ejércitos fascistas y nazis cometían en España. Aún resuena como un poderoso canto, aquel enunciado de Lorca: “Hay cosas encerradas en los muros que, si salieran de pronto a la calle y gritaran, llenarían el mundo”.

 Y lo mismo aconteció, por otra parte, con la victoria soviética en Stalingrado, donde la derrota del sexto ejército nazi, comandado por el mariscal Friedrich Von Paulus, no sólo se debió al fuego de los cañones rusos, sino a la gran legión de los “escritores de guerra soviéticos”, como Ilya Ehrenburg, Konstantin Simonov, Vasili Grossman y otros, que como subraya el novelista Viktor Nekrasov en su novela “En las trincheras de Stalingrado” (1946), elevaron en sus escritos el espíritu ruso para resistir la agresión. Nekrasov afirma que los relatos, poemas y artículos periodísticos de los escritores de guerra “eran leídos y releídos hasta dejar los periódicos hechos trizas”.

Es que tanto en la victoria como en la derrota, las guerras crean en los escritores, artistas y productores miméticos, un sedimento imborrable; un espíritu de lucha que filtra en la evocación el maravilloso sabor de una convicción que se convierte en causa final, en ese telos aristotélico que, aun impacientando el aliento, provoca en la búsqueda un sobresalto justificatorio, el júbilo de un placer sin retorno donde lo humano se sublima en dolor, amor y expectación.

Es innegable, la Generación del 60 conoció en abril de 1965, el sagrado fuego de la guerra y fue marcada por sus cargas de angustias y gozos, convirtiéndola en un testimonio vivo de aquel acontecimiento heroico.

Por eso, en los poemas, relatos, novelas, dibujos, murales, pinturas y ensayos que produjo, imprimió en ellos un sello de esplendor sobre ese pedazo de historia.