El mes de diciembre volvió puntual, acompañado de sus brisas frescas, aunque creo de no haber sido por el tráfico demente y las lucecitas de colores que iluminan los adornos de temporada, no hubiésemos advertido la llegada de la Navidad ni que a las 12:00 a.m. celebramos el inicio de un nuevo año.
El envejecido y taciturno personaje novelesco de Gabriel García Márquez en “Memoria de mis putas tristes”, reveló que “Si algo detesto en este mundo son las fiestas obligatorias, en que la gente llora porque está alegre, los villancicos lelos y las guirnaldas de papel crespón que nada tienen que ver con un niño que nació hace dos mil quinientos años en una caballeriza indigente”.
Aquel sujeto que insistía en llevar un registro con el nombre y edad de las mujeres con que se había acostado, tenía razón al cuestionar la relación entre la Navidad y algunas de sus tradiciones. Sea como fuere, este mes nos presentó nuevamente las reiteradas escenas de pobres que nada tienen, expresión que no obstante ser propia de la naturaleza humana, es exacerbada por la rapacidad de las autoridades que nos hemos venido gastando.
Esta noche, entre repiques de campana y descargas de pólvora, le damos la espalda a este año moribundo para acoger la llegada del 2015, que correrá la misma suerte dentro de 365 días, tal como todos los que le han antecedido y todos los que le sucederán.
En fin, es una época en la que esperamos de los demás manifestaciones de buena voluntad, por lo que aprovecho este último día del 2014 para desearles a todos ustedes salud, prosperidad y, por supuesto, que el niño nacido del vientre divino nos termine de enseñar lo que más de dos milenios después de su advenimiento no hemos aprendido: a querer al prójimo como a nosotros mismos.