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Antes que anochezca

Antes que anochezca

A Yeyé Encarnación por la conversación sobre la tarde….

Estábamos de visita mis hermanos y yo en un sitio, donde tía Norinda por ejemplo, y mi madre, ya cuando la tarde se hacía casi noblemente anciana, decía: “vámonos mis hijos antes que anochezca”. Entonces la frase me paralizaba, sentía una especie de misterio y miedo invadiéndome, incrustándose en mi alma.

Como niño me sentía maravillado ante el sonido de aquellas tres misteriosas palabras. Algo venía. Y era algo hermoso, pero también terrible, inescrutable. Nunca le pregunté qué era lo que sucedería si no nos marcháramos antes de que anocheciera.

Ignoro si mis hermanos sentían lo mismo. Yo me quedaba en silencio, y jamás intenté corroborar si el sentimiento que a mí me laceraba a ellos también le provocaba lo mismo. Pero el por qué no aparecía, algo también me inclinaba en ese sentido.

Sin embargo, la impronta de irse me arropaba. Mi madre nunca explicó, simplemente apurábamos el paso, de manera ordinaria agilizábamos la despedida de los familiares y nos abocábamos a desplazarnos hacia nuestra casa para hacer honor al lar de lo caluroso, de lo conocido, de los objetos que amamos de tanto interactuar con ellos: el espejo, la sábana, el caldero, la cuchara de plata.

Antes que anochezca. Vuelvo a ella. La frase era dicha casi siempre en esa hora cuando el crepúsculo está en su máxima expresión, cuando casi se encampana en la oscuridad de la noche.

Era ese tiempo, una época en que el crimen no campeaba, en que cuando a un hombre le robaban o asaltan podría salir en uno de los titulares de El Nacional o Última Hora. Los tabloides no se habían aún llenado de sangre ni por asomo se inventaba algo parecido a la revista Sucesos.

Nunca he comentado esa frase con mi madre. Es algo pendiente que tengo. Pero se expande el temor de que la explicación me mate algo que tiene aún tanta vida y que debe ser dejado en esa orilla de lo inexplicable. Por eso me lo callo siempre, y a uno que otro amigo le hago el comentario.

Una de las situaciones más maravillosas para mí como infante era poder estar montado en un vehículo en la parte trasera y recorrer la ciudad cuando la tarde empezaba a decaer. Me encantaba contemplar, con el vehículo en marcha, ese fabuloso declive, ver cómo se oscurecían las casas, cómo en los rostros de las personas las sombras caían.

¿Qué sugieren las palabras? ¿Qué poder tienen? Bueno, a partir de escuchar a mi madre decir “antes que anochezca”, empecé a tener una pequeña idea, clara, precisa, y con una contundencia que no dejaba duda. La palabra es cuestión de orden mayor, es raíz de una espiritualidad que conecta al infinito.

A la iniciación de la tarde, recuerda Borges que los hebreos llamaron penumbra de la paloma. Víctor Hugo, en su genial obra “Los miserables”, también tiene calificativos hermosos y sugerentes para con la tarde o el crepúsculo.

No hay hora más hermosa ni tenebrosa que esa. Hay que estar bien situado espiritualmente para sentir la carga de energía que se produce en el Universo a esa hora. En Nueva York, Boston, Santiago de los Caballeros, he contemplado innumerables tardes, y en todos esos lugares he sentido que la llegada de la noche irrumpe destrozando algo, pero también creando un contenido sublime, golpeado por un puño mágico hecho de oscuridades.

No es lo mismo contemplar la llegada del crepúsculo frente a la casa que haciendo un viaje en vehículo, por ejemplo, de Boston a New Jersey. Como inmigrante, uno siente que algo se desgarra mirando esas casitas en el fondo de las montañas.

También se siente un algo sacudiéndome cuando escucho en la radio esos villancicos americanos que evocan chimeneas, Santa Claus deslizándose, nieve cayendo en tejados de casas donde todo aparenta normal, pero es una horrorosa felicidad.

En la zona sur del país he visto crepúsculos hermosos, crepúsculos que sacuden. Pero jamás he vuelto a sentir ese vértigo, ese suspenso que se producía en mi alma cuando mi madre expresaba: “vámonos mis hijos antes que anochezca”.

El autor es escritor y periodista.

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