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Sí, este niño será nuestro! ¿Acaso las grandes dichas, esas que se presentan sin esperarlas y sabemos que provienen del misterio infinito, de la fuerza que nos guía perennemente y crea los sortilegios, los avatares que sólo acontecen una vez en la vida, pueden despreciarse? Y con el niño apretado a su pecho escucha la renovación del llanto y lo apretuja más, observándolo como una loba a su cachorro.
Al contemplar sus facciones, su naricita aplastada, sus grandes labios, comprende que por sobre la negritud de aquel niño su amor se alzaría vigoroso sobre las voces de la discriminación y los falsos árbitros raciales.
Sí, sabía que los cuestionamientos vendrían de los vecinos adyacentes a Mao, Esperanza, Monción, Hatillo, Santiago Rodríguez y los demás pueblos que trenzan la línea noroeste del país con el Océano Atlántico y la frontera; sabía que los rumores se esparcirían luego de su hallazgo y, sobre todo, por la dicha que ahora la envolvía! ¿Y qué? ¡Podrían irse todos a la mismísima mierda, porque ese tesoro que latía junto a su corazón era un regalo de Dios!.
Y así sucedió: porque tan pronto arribó a su casa con aquel cuerpecito negro y robusto, que gemía como los grillos en el despertar de la primavera, su hombre lo vio y le lanzó al rostro:
—¿Qué? ¿Qué es esa mancha negra que gime bajo tu blusa?
—¡Este es nuestro regalo! -respondió-. ¡Esto que ves entre mis brazos es el niño que nos prometió la vida! ¿Acaso no lo estás contemplando bajo mis pechos?
—¡Sí, veo un niño! ¡Un niño negro como el azabache!… ¿De dónde lo has sacado?
—¡Dios!… ¡Este niño nos lo ha regalado Dios!
—¿De cuál Dios hablas! ¿No ves que ese niño parece haitiano?
—¡No! ¡Este no es un niño haitiano! ¡Este es un niño de Dios, de nosotros, del país! ¡Es nuestro regalo divino! ¡Su nombre es Josué!
—¿Qué nombre es ese?… ¿Josué?
—Así lo llamó la voz del bosque…¡Y también lo llamó Oguín!
—¿De qué voz hablas? ¿A qué voz te refieres?
—A la voz del bosque… ¡La voz que me habló a través de la mujer que yacía baleada a la vera de un caobo, en la loma El Flaco…
—¿Y lo llamó Josué? ¿Lo llamó Oguín? ¿Pero qué nombres son esos?
Pero ella, al escuchar la pregunta, apretó más, mucho más entre sus brazos al niño, y lo incendió de besos…
—¿Qué importan esos nombres, o si es haitiano o dominicano? ¿Acaso no lo ves? ¡Es un niño!… ¡Un niñito al que le faltan besos, caricias y protección materna! ¡Y ya su nombre no será ni Josué ni Oguín!…
—¿Y cuál será su nombre ahora?
—Su nombre será tu nombre…
—¿José?… ¿Mi nombre? ¿Ese será su nombre?
—¡Sí, José… como tú…! ¡Y Francisco como su abuelo!
—¿José Francisco?… ¿Así le llamarás?
—¡Sí, así le llamaremos! ¡José Francisco… de los Gómez de la Línea!
(Capítulo XXXIII de mi novela «Testosterona split». Editora Isla Negra, 2023)