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Bosch y el golpe

Bosch y el golpe

Luis Pérez Casanova

Estos días, a raíz de la conmemoración del 57 aniversario de la revuelta de abril de 1965, el golpe de Estado al profesor Juan Bosch estuvo sobre el tapete como detonante de la insurrección militar para reponerlo en el poder, liderada por los coroneles Rafael Tomás Fernández Domínguez y Francisco Alberto Caamaño. Como no se han superado los males que según Bosch propiciaron su derrocamiento es propicio, por las condiciones que vive el país, recrearlos, aunque sea en forma superficial.

Bosch reconoce que la Constitución de 1963, reivindicada por el pueblo y los militares que se levantaron en 1965, no era nada del otro mundo, aunque sí un poco atrevida. La Carta planteaba, entre otras cosas, no mencionar el Concordado; que los trabajadores tenían derecho a participar en los beneficios de las empresas en que laboraban; que la ley fijaría los límites máximos de la propiedad dedicada a la agricultura, y que todas las libertades ciudadanas serían intocables.

Por las condiciones en que se estaba y en las que había asumido el poder, Bosch sabía que tenía que esforzarse en moralizar el país o exponerse, como en efecto ocurrió, a que la corrupción acabara con la democracia y la esperanza de prosperidad. Reconocía que no sería fácil acabar con un mal que durante años y años había sido rampante, descarada y organizada desde lo más alto del poder político, pero tuvo el valor de enfrentarlo.

Tras indicar que fue víctima de la corrupción y el trujillismo, Bosch deploraba que los más altos líderes de la oposición se negaran a que la justicia actuara en un caso vulgar y corriente de abuso de poder. Admitió que la tarea de combatir la corrupción era dura “porque los beneficiados con la inmoralidad defendían su derecho a ejecutarla con más vehemencia que la que podían haber usado en defender derechos legítimos”. “Para esa gente”, decía, “el que cometía delito era el Gobierno; cometía el imperdonable delito de ejercer y reclamar honestidad”.

Sostenía que en la medida que su Gobierno avanzaba contra la lacra, la oposición de entonces, liderada por los cívicos, se llenaba de “santa cólera”. Por las características de las Fuerzas Armadas, para el escritor y político el dictador Rafael L. Trujillo, quien había sido ajusticiado el 30 de mayo de 1961, fue el líder militar del golpe de Estado de 1963. Aunque parezca contradictorio el papel político lo desempeñaran luchadores antitrujillistas, que fueron los que asumieron el poder hasta 1965.

Esas reflexiones de Bosch no deben soslayarse al abordarse un acontecimiento como la revuelta de abril, que además del retorno al orden institucional interrumpido con el golpe de Estado fue también para poner fin a la corrupción que se instaló en el país.