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Caballero afortunado

Caballero afortunado

Pedro P. Yermenos Forastieri

Desde su primera adolescencia se puso de manifiesto ese carisma contagioso para ser objeto de admiración de casi todas las chicas de su entorno. Era algo que pocos se explicaban. Nunca fue de los más agraciados de su grupo, pero aquellos que en ese aspecto lo superaban, experimentaban manifestaciones de sorpresa ante sus logros resaltantes en el sector femenino. En los bailecitos, todas se disputaban tenerlo como pareja. Si de paseos se trataba, se convertía en centro de atención y sus ocurrencias eran las más celebradas.

Un detalle empezó a ser notable, el cual, en el desarrollo de su vida le acompañaría: Era extraordinariamente espléndido con las mujeres con las que se relacionaba. No había una necesidad que se les presentara, que él no hiciera todo lo posible por suplirla. Ante las celebraciones, sus regalos eran los más generosos.

No procedía de familia adinerada, pero empezó a trabajar desde muy jovencito, y si en algo usaba sus recursos, era para agradar a las damas con las cuales, por una u otra razón, interactuaba. Esas características, como era lógico suponer, le abrieron las puertas de par en par para que muchas mujeres se vincularan amorosamente con él. En ese contexto, las consecuencias no tardaron en aflorar. Los embarazos empezaron a surgir y todos se producían en vientres diferentes y en muchas ocasiones de manera concomitante.

Lo increíble era la ausencia absoluta de conflictos que aquella particular situación generaba.
Todos sus compromisos derivados de una paternidad tan diluidamente ejercida, los asumía con total rigurosidad y, lo más llamativo, preservaba idénticas intimidades con sus grávidas mujeres, y entre ellas ni por asomo había rivalidades ni disputas riesgosas. Cada una aguardaba el turno correspondiente y lo disfrutaba como si fuese a durar una eternidad.

Podría suponerse que el inclemente paso del tiempo aplacaría esa fogocidad arrolladora.
No fue así. Bordeando su séptima década concibió a Luca, el nidal de su larga prole. Ninguno de los anteriores se parecía tanto a él como este, despejando dudas suscitadas en cuanto a la paternidad.

Hubo, en este caso, una diferencia sustancial. La mamá era 51 años menor que él y no pudo adaptarse a las reglas no escritas que regían la vida no solo del papá de su hijo, sino de las madres de los demás.
Pocos podían comprender las escenas de celos extremos que escenificaba, cuando las circunstancias permitían suponer que debía ocurrir exactamente lo contrario.