Chiqui: “Qué pena no disponer de un periódico para decirle al Presidente lo que uno piensa”.Chiqui: “Mejor de ahí se daña”.Chiqui: “Necesitamos esa claridad de enfoque”
Y, la más contundente: “Solo tu pareces darte cuenta de que el Presidente es tu empleado”.
Maravillosas respuestas a mi artículo anterior, donde lo que parece sorprender mas es que alguien se atreva a escribirle al presidente y sugerir lo que debería hacer, porque entiende que este es su empleado, el empleado de todos nosotros y nosotras, ¿saben por qué? Sencillamente porque depende de nuestra aprobación y porque le pagamos el salario.
Si, así como suena, y esto que decimos sobre el presidente se aplica a todos los ministros, senadores, diputados, a toda la empleomanía publica que depende para sobrevivir de nuestra aprobación y de nuestros impuestos para ganarse la vida; si no lavan dinero de la corrupción, claro está, o utilizan sus empleos para resolver asuntos ajenos a su función, como lo hacen muchos con el mal llamado barrilito, o con las exoneraciones.
Ya sabemos que muchos y muchas aman los frijoles con dulces, pero imaginen lo que pasaría si a ello se sumara el gusto por los chicharrones, las empanadas, o los pasteles de yuca, faltarían días en la Semana Santa para cubrir el antojo de los diputados y fondos del Estado para suplirlos.
Emergiendo de la tradición de nuestros gobernantes, donde el Generalísimo Trujillo era prácticamente un Dios de cuya voluntad dependía tu vida, bienes y honra; del Balaguerismo, una continuación del mismo régimen, donde si este preguntaba ¿y ese hombre sigue vivo? tus horas estaban contadas; del Mesianismo perredeista, el cual podía resolver tus problemas más urgentes de vivienda, carro, empleo, o salud…
Viniendo de una tradición donde todo depende de la buena voluntad de un ministro o ministra, para resolver tus derechos humanos fundamentales, entender que el presidente es tu empleado implica no solo un acto de despojo de tradiciones autoritarias (que fomentan la reducción del ciudadano a un huérfano o huérfana, dependiente de la buena voluntad de quien gobierna), sino un ejercicio de tus derechos ciudadanos fundamentales. Un acto de confianza en nuestra capacidad de cambiar y de transformar las cosas.
Si esta certidumbre se hiciera viral, como dicen los cibernautas, entonces al presidente comenzaría a preocuparle lo que ahora puede importarle un pepino: la opinión de la ciudadanía que dice representar.
Y si esa opinión comienza a traducirse en hechos: referéndums, o acciones judiciales específicas, (como está sucediendo con Temer), entonces el manejo de la relación con la autoridad, se convierte en una acción democrática.
Pongo esta columna a su disposición, como los viejos escribanos, y de gratis!