Señorío de los ladrones
Señor director:
No se en cuál medio oral o escrito, alguna vez, escuché o vi algo relativo al ”policía interior”. Quizá fue en un libro de autoayuda, o tal vez en alguna charla propia de la semana Santa, o a lo mejor en una de esas conferencias cuyas sentencias moralistas a muchos aburren hasta el cansancio. Lo cierto es que aquello del “policía interior” se me quedó grabado para siempre como un imperativo, como una apelación a asumir la (si no se tiene una tara síquica que le impida actuar con plena conciencia) responsabilidad de lo que hace, o de lo que deja de hacer. Lo del “policía interior” invita al discernimiento en vez de alegar ignorancia sobre el bien y el mal, sobre lo que enaltece y lo que deshonra. El imperativo del discernimiento no admite la posibilidad de enmascarar la realidad.
La reflexión precedente alude a una práctica insana de muchas instituciones gubernamentales que consciente y deliberadamente tiene a la República Dominicana lacerada por el robo y el dispendio de los recursos del Estado, de tal modo que su actuación en nada concuerda con la realidad de un país que cada día se empobrece más. Ese mismo comportamiento institucional ha incentivado las iguales inconductas en los sectores medios, y en los marginados. Todo esto se suma a un conjunto de males que se nutren de varias fuentes: la impunidad judicial, la indiferencia del presidente de la República, así como de la influencia proveniente de algunos medios de comunicación a través de los cuales se promueven contenidos que alientan el robo, entre otros delitos.
Con la práctica delictiva (inducida) va creciendo, como una avalancha, la tendencia social de hacer causa común con lo que produce daño al yo individual y al yo colectivo, importando solo los beneficios tangibles e inmediatos derivados del perjuicio producido. Bajo toda esta presión mediática se ha pretendido confundir y borrar fronteras entre lo bueno y lo malo, fomentándose generalizadamente una cultura amoral, maquiavélica en tanto justifica el hacer lo que fuera en aras de lograr propósitos personales.
En República Dominicana se está viviendo una especie de destape alegre donde pocos, de los que administran dinero público, autónomo o no, quieren quedarse atrás en materia de corrupción, derroche en desmedro de un país lleno de tantas carencias. La palabra “ladrón” que hasta pronunciándola denota lo grotesco, hoy se ha hecho más común de lo que fuera en pasadas décadas, donde vosear !Un ladrón!, era motivo de curiosidad para conocer a quien había hecho un robo.
Atentamente,
Melania Emeterio R.