El denso de velo de misterio que 30 años después todavía rodea la desaparición del escritor y profesor universitario Narciso González (Narcisazo) es una mancha horrorosa para el sistema democrático.
Es hasta comprensible que en el gobierno de Joaquín Balaguer, cuando se denunció la desaparición de Narcisazo, no existiera la menor voluntad para aclarar el caso.
Después de todo, los gobiernos de Balaguer no se caracterizaron por el respeto de los derechos humanos ni las libertades públicas.
Pero es reprochable que en regímenes de partidos que enarbolaron la bandera de la liberación y las libertades, como los del PLD, PRD y PRM de la desaparición de Narcisazo, reportada el 26 de mayo de 1994, no se haya pasado de simples aguajes para esclarecerla.
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Narcisazo no era una persona anónima, de esas que desaparecen sin dejar rastros ni generar preocupación, sino un intelectual de ideas progresistas.
Sólo su viuda Altagracia Ramírez y unos cuantos relacionados se ocupan de recordar su memoria y de clamar justicia.
Los 30 años de desaparecido que lleva el escritor, periodista y profesor son un vergonzoso homenaje a la impunidad en una nación que suele clamar justicia frente a abusos internacionales.
Sin importar los altares que sean tocados el caso de Narcisazo no puede continuar como una mancha para el país.
Más aún cuando se sabe que el escritor fue apresado en los alrededores de la avenida Mella después que ese día había intervenido en un acto político en la UASD.