Durante las encerronas de la cuaresma comprendí la importancia de la socialización humana, en cuyo proceso se fundamentan los valores e integraciones que han definido la propia historia, afianzando el concepto de que la naturaleza no hace nada en vano y de que el hombre, como expresó Giovanni Pico dellaMirandola en el Renacimiento, “es la más afortunada de todas las criaturas y la más digna de toda admiración” (Oratio de hominis dignitate, 1487).
Por eso, la socialización mezcla la ficción literaria con la teoría científica, ya que todo comenzó con el australopiteco, un homínido bípedo que dio inicio a la aventura humana en el Paleolítico, hace tres millones de años; el cual, con una capacidad craneana de entre 450 y 600 cm3, tuvo que soportar grandes y violentos cambios climáticos, obligándolo a convertir su dieta, alternativamente, en vegetariana, lactovegetariana y pescetariana, hasta arribar a la carnívora; lo que le permitió disfrutar de dilatados espacios de ocio debido a la ocupación estomacal producida por los prótidos.
Esta alimentación aumentó su cerebro de 600 a 950 cm3; dando lugar a una mutación del gen codificado como MYH16, de acuerdo con las investigaciones de Bruce Lahn, del Howard-Hughes Medical Institute (HHMI), en Maryland y Virginia, que estudiaron 214 genes en 2004 y determinaron que “el tupido haz de músculos maxilares que aprisionaban el cráneo cedió y así el cerebro pudo crecer y, aún hoy, seguir creciendo”.
Este nuevo espécimen, el homo habilis, tenía un foramen magnum situado mucho más delantero, dando a la cabeza una postura más erguida y permitiéndole desarrollar invenciones como el mazo y otros instrumentos. Igualmente, pudo diferenciar los trabajos y logró dividirlos, asistiendo a una extraordinaria etapa de socialización en su vida tribal.
Esta maravillosa evolución cerebral requirió desde luego cientos de miles de años, datados entre las interglaciaciones de Mindel-Riss (390 mil años-AP), Riss o Illinois (290 mil años-AP), Riss-Würm (140 mil años-AP), y Würm o Wisconsin (80 mil años -AP).
Las investigaciones de Bruce Lahn arrojaron mucha luz en el evento evolutivo del cerebro humano y registraron que “los ojos del ser humano, al acercarse sobre una cara contraída por el abultamiento de la frente, empezaron a converger, fijando todo cuanto las manos aprehendían”.
Asimismo, según las investigaciones de Lahn, se llegó a la expansión de las zonas cerebrales con existencia de tubérculos genianos superiores e inferiores, a la reestructuración del cuello con la postura erguida, y a comprender la importancia social de preservar a los individuos viejos del clan para la transmisión de experiencias a los menores a través de lenguajes sintetizados.
Mediante esta maravillosa evolución cerebral de miles de años y nuestro antepasado convertido en homo sapiens, el cerebro humano alcanzó los 1,300 cm3; luego los 1,450; y al entrar al paleolítico superior (40,000 AP) los 1,600 cm3, que es su tamaño actual y ya nuestro ascendiente transformado en homo sapiens-sapiens.

