convergencia Opinión

Cestero: un poeta

Cestero: un poeta

Efraim Castillo

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Es por esto, precisamente, por lo que Cestero no ha podido repetirse ni en la aparente linealidad de su pintura, ni mucho menos en el goce que proyecta, donde -como enuncia Heidegger- «sobresale del modo más puro el impulso que la hace destacar; [ya que] es en la esencia del arte donde resisten al tiempo la obra de arte y el artista» (Op. Cit.). Y ese es el maravilloso flujo socioestético que produce la obra de Cestero, desde la cual fluyen -tras leerla superficial o detenidamente-, los elementos que la fundan y convierten en poema: las calles, los viejos trazos arquitectónicos, la totalidad del casquete urbano colonial; todo como un universo histórico que nos conduce a los linderos de un pasado evocado y violentado por la improvisación y el desorden.

Y es por esto, asimismo, que Cestero ha podido sintetizar la gris agonía de la urbe y su río, otro superviviente heroico de vandalismos inimaginables y secuencias donde el crimen contra la ecología se ha convertido en un retablo de incomprensión y barbarie.

Así, para crear su obra, la paleta de Cestero se ha mantenido siempre firme: pigmentos amarillos, rojos, verdes, azules, todos sazonados con linaza y aguarrás para alargar la vida de los tubos de óleo y acrílica, persistentemente impregnados de una euforia que gira constantemente alrededor de los recuerdos, como en Borges: «Y todo es una parte del diverso | cristal de esa memoria, el universo | no tienen fin sus arduos corredores | y las puertas se cierran a su paso | solo del otro lado del ocaso | verás los arquetipos y esplendores» | (Del soneto «Everness»).

La «raison d’étres», de Albert Gleizes y Jean Metzinger, en el ensayo «Du cubisme» (1912), publicado en el «Salon de la Section d’Or» por Eugène Figuière, con la adhesión de Cézanne, Picasso, Derain, Braque, Léger, Duchamp, Gris, Picabia y los mismos Metzinger y Gleizes, creó las bases del movimiento cubista y ahí está el fundamento de la obra de Cestero: «Una pintura lleva en sí misma su ‘razón de ser’.

Puedes llevarla impunemente de una iglesia a un salón, de un museo a un estudio. Esencialmente independiente, necesariamente completa, no tiene por qué satisfacer inmediatamente al espíritu: al contrario, debe conducirlo, poco a poco, hacia las profundidades imaginativas donde arde la luz de la estética» («Du cubisme», 1912).

La obra de Cestero ha sido un tránsito continuo hasta arribar a su encuentro con la ciudad amada y su río. Ese tránsito cubre todas las vertientes e ismos, exceptuando el abstraccionismo, tal vez porque en su discurso la utopía —esa figura onírica e imaginable sólo en la transfiguración de los sueños- , de ninguna manera podía penetrar el lugar sagrado de los recuerdos, por lo que alberga su ‘razón de ser’ en los éxtasis, en las furias, en el mismo tiempo histórico de Cestero, el cual ha recorrido en sinfín un periplo en donde artista y cosmos sobrepasan la real