Con calles atractivas. Conectadas y amigables, por tanto, familiares. Vibrantes y cálidas, te llevan e invitan a pasear y quedarte. Que lo sea está en sus amplias aceras, bordes y fachadas de sus edificios. Con vitrinas y puertas abiertas. De frente, que hable contigo y te brinde un café. ¿Adónde vas a encontrar algo tan rico y encantador?
Son asequibles, amigables, blandos son el secreto para ciudades llenas de vida. Caminarlas, recorrerlas, entre amigos, en pareja o solo, te llena de vida. Recobras en ellas el balance que solo encuentras en medio de la naturaleza.
Convoca multitudes y, con ello, un ejercicio de armonía palpable en millares de corazones que laten acompasados en un mismo lugar. Ser parte de esa magia es siempre reconfortante. Expresión de libertad con sentido de pertenencia que nos fortalece.
Las arterias urbanas concurridas tienen bordes blandos, con fachadas en las plantas bajas que interactúan con la ciudad. Tienen vitrinas, faroles con luces cálidas, conservan el verdor y sombras frescas al arrullo de collages, arbustos y árboles frondosos.
Hay en ellas, espacios abiertos, terrazas, jardines. Cuando los edificios hablan con la calle, los peatones bajan el ritmo, miran, se detienen e incluso socializan más.
Plazas comerciales abiertas que abren sus puertas en ve de cerrarlas. Los edificios sin puertas ni vitrinas se vuelven duros, ríspidos, nada amigables. Te dan la espalda, alejan a las personas. Estudios muestran que ocho veces más peatones se detienen frente a las tiendas de estas calles.
Las ciudades vitales comienzan aquí, de esta forma, por supuesto. Si hacemos nuestras calles más atractivas, acogedoras, bien iluminadas y luminosas, con amplias aceras y bordes blandos, creamos espacios donde todos queremos estar. Ir y volver, una y otra vez.