En verdad no se puede poner en dudas que los partidos del sistema y sus correspondientes gobiernos no solo son -junto a la cúpula empresarial capitalista- protagonistas de un poder corrompido y corruptor, sino también entes subordinados al coloniaje de la burguesía transnacional y potencias occidentales, en especial a los designios de EE. UU.
Esto se refleja tanto en una política exterior dependiente como en una ominosa conducta destinada a saquear presupuesto nacional, patrimonio público y patrimonio natural de la Nación.
Explotación, coloniaje y corrupción van de la mano a nivel de Estado, empresas y partidos… hasta conformar un poder delincuente que se recicla o logra continuidad a través de “procesos electorales” saturados de clientelismo, sobornos, financiamientos sucios y fraudes coyunturales y estructurales.
El coloniaje ha tenido en estos días una expresión grotesca, precisamente en un país víctima de la intervención militar estadounidense: ambos polos electorales se alinean junto a Trump contra Venezuela soberana.
La corrupción que los embarra no cesa de manifestarse en forma ascendente y descarada: desangrando fondos estatales, depredando el patrimonio nacional y disponiendo de dinero sucio camino al 2020; montados sobre un vertedero de privilegios escandalosos, estafas, sobornos y empleando narco-conexiones para competir entre sí.
La manipulación y los pactos respecto a una ley de partidos mostrenca refuerza el oligopolio electoral, mientras la operación diversionista con la ley orgánica no deja dudas sobre la repetición de la farsa con ventajas para los detentadores de la dictadura constitucional mafiosa.
La repostulación vuelve y vuelve con sus lacras y malas artes, sus traumas y suciezas. La mala conciencia y los riesgos de pérdida de libertad y fortunas, generados por la indignación verde, los aferra al poder; a un poder en el que intervienen agresivas mafias políticas, empresariales y militares.
El racismo anti-haitiano, modalidad dominicana del neo-fascismo en boga a nivel mundial, habrá de ser utilizado como potente arma de chantaje y derechización de esa espuria competencia electoral y, peor aún, como instrumento para conformar una corriente política, que si por inacción de la contrapartida, logra convertirse en fuerza masiva habrá de generar situaciones trágicas.
Nada indica que el 20 será mejor que el 16. Todo lo contrario: la situación, en cuanto a la esencia del poder constituido ha cambiado para peor, y por eso me pregunto:
¿Qué hace gente comprometida con el fin de la corrupción y la impunidad buscando cuotas inciertas en ese pantano, abrazando a los Ramfis y Peña Guaba, y apuntando sumarse al PRM?