Manhattan Transfer
«John Dos Passos inventó una sola cosa: el arte de relatar. Pero esto es suficiente. Lo considero el escritor más grande de nuestro tiempo».
—Jean-Paul Sartre (American Novelists in French Eyes. Atlantic Monthly, 1946).
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Dentro de las relaciones sociales, escribir y leer representan actividades enmarcadas por la moda. De ahí, a qué existan textos cuyos nombres son ampliamente conocidos pero cuyos contenidos se ignoran. Barthes inscribe en función de fenómeno este tipo de alienación social y explica que “la literatura no solamente actúa por su calidad literaria, por su captura, por su lectura, en sentido propio, sino también un poco por ósmosis, por metonimia” (Le plaisir du texte, 1974). Entre los grandes textos de la novelística del Siglo XX, la novela de John Roderigo Dos Passos, Manhattan Transfer, viene a representar un claro ejemplo de este fenómeno.
¿Quién, preocupado por tener un poco de pulimiento literario no ha oído hablar de Manhattan Transfer (1925)? inclusive, personas que no la han leído opinan sobre su técnica de contrapunto y hasta de su descripción panorámica del deterioro y decadencia sociales. Y este es el papel del que habla Barthes de la literatura como una moda.
Actualmente en el planeta la moda es la novelita light, esa que evade la roman á thése y se limita a sólo entretener. Desde luego, no hay punto de comparación entre una narración light y Manhattan Transfer, donde los episodios se marcan por acontecimientos económicos, sociales, ideológicos y por los inventos que revolucionaron las costumbres del mundo. He aquí un claro ejemplo:
“En la esquina de Canal Street se paró ante una droguería amarilla y se quedó mirando la cara pintada en un anuncio. Era una cara afeitada, distinguida, con cejas arqueadas y un bigotazo bien recortado: la cara de un hombre que tiene dinero en el banco, muy bien colocada sobre un cuello de pajarita ceñido por amplia corbata negra.
Debajo, en letra inglesa, se leía la firma King C. Gillette. Sobre la cabeza campeaba el lema: ‘no stropping no honing’. El hombrecillo barbudo se echó el hongo atrás descubriendo su frente sudorosa, y se quedó largo rato mirando los ojos de King C. Gillette […] Luego apretó los puños, sacó el pecho y entró en la droguería”.
Lo que transcurre luego Dos Passos lo remite a la especulación del lector, aunque lo importante es que el hombrecillo que se afeita no es el protagonista de Manhattan Transfer; es uno de los cientos de personajes que aparecen y desaparecen deglutidos por la ampliación de la ciudad y los fenómenos que acontecen en ella.
“Babilonia y Nínive eran de ladrillo” —escribe Dos Pasos. “Toda Atenas era doradas columnas de mármol. Roma reposaba en anchos arcos de mampostería. En Constantinopla las torres llamean como enormes cirios en torno al cuerno de Oro… Acero, vidrio, baldosas, hormigón, serán los materiales de los rascacielos. Apilados en la estrecha isla, edificiosde mil ventanas surgirán resplandecientes, pirámide sobre pirámide, blancas nubes sobre la tormenta”.