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Cruzar la calle

Cruzar la calle

Eduardo Álvarez

Es una de esas pequeñas cosas que olvidas si no las practicas a diario. Cuidarte de mirar a tu derecha o a tu izquierda antes de ir al otro lado. Dar los buenos días a los vendedores de frutas, flores y vegetales que, además de saludarte con cariño, te ofrecen sus frescas y saludables mercancías. También a repartidores de periódicos y revistas con sus buenas nuevas.

Cotidiano sentido de pertenencia, gracias a lo cual nos identificamos con eso que nos integra a una comunidad. Es decir, a un propósito colectivo. Esto, de ningún modo, nos sustrae de las tareas particulares que demanda un proyecto de vida individual. Por el contrario, nos reafirma en la condición de ente social, vinculados a nuestro devenir, como gestores comunes del derecho ciudadano que nos compromete con el bienestar familiar y colectivo.

De ahí que el vecindario, con sus virtudes, nos induzca o retorne a la vocación gregaria que, por naturaleza, llevamos en la sangre. De hecho, la facultad de promover acciones conjuntas es uno de los grandes aportes de la democracia. El papel de los partidos políticos constituye una evidente muestra de las bondades del sistema.

Vigoroso esfuerzo que nos proporciona un alto sentido de seguridad y libertad. La cotidianidad, por tanto, nos trae cordura. Lo más sencillo en la vida llega más al corazón de la gente.

En las calles, encuentras el olor, el calor de los seres humanos con su reconfortante efecto saludable. La ciudad con su vida ordinaria deviene, entonces, en un factor tranquilizante.

Tal vez sea bueno y oportuno recuperar el hábito de caminar, lo cual nos permite recrear el encuentro con la vida de vecindario y de pueblo que nos resulta siempre tan gratificante y cálido.