Opinión Articulistas

Diálogo con José

Diálogo con José

Efraim Castillo

1 de 2
Entre abril y mayo del 2014, José Carvajal y yo mantuvimos —vía Messenger— varios diálogos. Este fue uno de ellos:

José Carvajal: Efraim, noto una falta de «fe literaria» en escritores dominicanos de gran experiencia y calidad. ¿Qué cree usted ha provocado, o provoca, esa falta de fe y esperanza?.

Efraim Castillo: Hace muchos años —algo más de cinco décadas—, mientras me encontraba fuera del país, un amigo español (y caricaturista para más señas), me presentó un dibujo donde aparecía un personaje muy parecido al mulato caribeño: piel marrón, pelo ensortijado y rasgos físicos algo ásperos. Lo extraño del dibujo era que el personaje tenía en la mano derecha un enorme serrucho.

Cuando le pregunté al amigo español lo que representaba aquel dibujo, me respondió con una amplia sonrisa de crítico kantiano: “Así es como interpreto al Ser dominicano, a tu gente”.

Desde luego, José, le pregunté al caricaturista español que cuál era el significado del enorme serrucho en una de sus manos. Y como si esperara mi respuesta, me disparó a quemarropa: “Efraim, todos los dominicanos que he conocido, con excepción de muy pocos, o se critican continuamente entre sí, o se las ingenian para serruchar las oportunidades de otros coterráneos”.

Aquel dibujo y la teoría de la “serruchadera de palo” expresada por el amigo caricaturista me han acompañado a lo largo de cincuenta y dos años; y he comprobado que esa teoría no es cierta en algunos ámbitos de nuestros procesos sociales, y sí en otros; sobre todo en aquellos donde las posiciones conflictivas se asientan en estructuras intelectuales. Nietzsche, en su ensayo “Sobre verdad y mentira en sentido extra moral (Obras completas, Vol. I, Editorial Prestigio; Buenos Aires, 1970), enuncia que:

“La verdad es la base que se adultera al operar la zancadilla, [como] una milicia en movimiento de metáforas, metonimias, antropomorfismos […] una suma de relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas y adornadas poética y retóricamente y que después de un prolongado uso, un pueblo considera firmes, canónicas y vinculantes”.

Este enunciado de Nietzsche lo asocié, no sólo a la verdad sobre el Ser dominicano como serruchador consuetudinario de oportunidades y éxitos, sino al fenómeno que atosiga y enclaustra nuestra literatura al ámbito insular; ahogando brillos intelectuales y aupando individuos mediocres, cuyos talentos no trascenderían la frontera del tiempo sin apoyarse en intrigas. Entre las motivaciones que mueven ese atolladero figuran los brillos y éxitos alcanzados por algunas generaciones y las oportunidades perdidas por otras.

Sin embargo, la prisión insular de nuestra literatura no se debe, exclusivamente, a “la serruchadera”, sino a un amplio y variopinto conjunto de factores, siempre ligado al mantenimiento y manejo del sistema cultural: 1) La educación literaria primaria, estancada en una didáctica que mueve los mismos nombres de autores, sin tamizarlos a través de críticas responsables. Esos nombres de autores nacionales han sido movidos por las mismas editoriales que han sacado enormes tajadas pecuniarias con las tiradas de sus libros.