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Dignidad

Dignidad

Pedro Pablo Yermenos Forastieri

Igual que millones de sus compatriotas, la realidad no dejó alternativa. Era hombre de paz, trabajador, religioso, con deseos de ocupar sus días en rutinas que lo hacían feliz.

Nada de eso era posible en las caóticas circunstancias que iban apoderándose de su país.
Pese a lo difícil que a una persona como él le resultaba asumir cambios radicales en su vida, tuvo que revestirse de valor y encontrar fuerzas donde fuere para tomar la decisión. Iría al exilio. Como lo menos traumático era cruzar la frontera que dividía su patria con la vecina, eligió esa opción.

Reunió los pesitos para saldar el tráfico corrompido de indocumentados.
La fecha señalada, partió en búsqueda de la estabilidad anhelada, con equipaje tan básico, que sobraba espacio en la diminuta mochila donde introdujo objetos que podían cubrir necesidades por un par de días.

Recomendado por un primo que había precedido en la travesía, se incorporó a las faenas agrícolas en la finca de un hombre que deseaba resolver el problema de la ausencia de mano de obra en el campo.

Apenas conocerlo, el patrón se percató de que se trataba de un ser humano noble, pero desprovisto de la fortaleza para lidiar con vacas, ordeños e inclemencias derivadas de cultivar la tierra.
Problema de salud

Como la anciana madre del empleador precisaba de personal en la especial etapa de sus días, le surgió la idea de asignarle el personaje para que le acompañara.

Todo fue mágico desde la primera vez. La señora se sintió cómoda y el emigrante disfrutaba las tareas asignadas.
Cocinaba, limpiaba y cuidaba de ella por las tardes.
Uno y otro habían encontrado la solución perfecta.

Todo iba de maravilla, hasta que la salud del haitianito empezó a fallar.
Su elevado sentido de la dignidad le hacía sentirse mal por no poder asumir sus responsabilidades con igual nivel de eficiencia.

Para la familia de la señora, lo prioritario era la compañía que él le brindaba a su pariente, por eso, le ofrecieron garantías de que podía permanecer haciendo lo que su salud le permitiera.

Pese a la certeza de todo lo que implicaba su regreso, prefirió volver a morder el terrible polvo de la pobreza, antes que recibir un dinero sin la compensación requerida de su parte.

Con frecuencia, llamaba para saber de la viejita, a quien la nostalgia la invadía al enterarse del deterioro progresivo de la salud de tan honorable servidor.