El valor moral de la prensa, desde que existen los periódicos ha discutido su utilidad, su exactitud, su valor moral. Este debate se ha renovado incesantemente a medida que iban siendo más poderosos; pero poco a poco los más delicados, los más desdeñosos reconocieron que no podían pararse sin ellos.
El periodismo no se expande, no despliega toda su fuerza -útil o nociva- más que en la libertad. Libre, al mismo tiempo que puede informar exactamente a los lectores inmediatos, puede constituir una documentación seria para la historia. Libre, no se conforma, por otra parte, con registrar los hechos: Se dirige hacia el porvenir; prepara las reformas o las revoluciones; sitúa y expresa el alma de las multitudes.
Es un maravilloso instrumento de propaganda para las ideas. Se yergue como una potencia ante el poder.
Eusèbe Renaudot, periodista francés, decía orgullosamente de su gaceta: “Es una mercancía cuyo comercio no se ha podido jamás prohibir y que es de la naturaleza de los torrentes, que engrosan cuando se les opone resistencia”.
Esta libertad estará mejor salvaguardada cuando los periodistas se esfuercen por mantener el sentido más elevado de su responsabilidad profesional, constantemente y de buscar siempre la verdad en las explicaciones e interpretaciones de los hechos.
No obstante, estamos conscientes de que una conducta profesional debe estar ajustada a los lineamientos éticos. La honestidad y veracidad son necesarias con base a los medios comunicacionales. Por ello, la información debe contribuir con su imparcialidad a la sociedad. Se le suma: veracidad, oportunidad, honestidad y solidaridad.
“Al autor de la noticia debe considerar que el planteamiento realizado garantiza al público una actividad de buena conducta social. Realiza un don de vida ciudadana”.
La ética profesional y la del periodista en particular, tienen un alcance jurídico, buscan un equilibrio entre la libertad y la responsabilidad en el ejercicio social del periodista.
Las buenas normas de conductas requeridas en el ejercicio profesional en la prensa escrita, radio, televisión y otros medios donde se procesan informaciones periodísticas deben tener un servicio de interés social, bien común, defensas de la libertad de prensa y ejercer la profesión con idoneidad.
El periodista debe reconocer y defender el derecho universal de las personas a informar y ser debidamente informados. La ética debe jugar con solidez el derecho al libre acceso a las fuentes públicas y privadas de información, para justamente, interpretar los hechos con objetividad, veracidad y exactitud.
Todo buen periodista debe defender la vigencia y consolidación de las libertades públicas, la
constitucionalidad, etnias, religiones, políticas, integración y desarrollo total del país.
El valor moral de la prensa, invita a la igualdad, la justicia social y bienestar colectivo, que todos los hechos que reciba el público sean fidedignos, objetivos e imparciales. La moralética periodística debe defender la sociedad en los medios de comunicación social, y promover la educación, la cultura, ciencia y tecnología.
La ética y la moral deben acatarse en el cumplimiento de la Ley 10-91, en los escenarios de sus reglamentos y acuerdos institucionales. Estas descripciones deben fomentar la fraternidad entre colegas, respetar su reputación, brindar solidaridad y amparo a los que sufran vejámenes en el ejercicio de la profesión, persecución, por razones de sus ideas y opiniones, y cualquier ataque mental y físico en el cumplimiento de su labor profesional.
Ética es humanismo, coadyuvar la paz y la amistad en sus interrelacionados. En este nuevo orden internacional de la información, comunicación, es realidad, que América Latina y otras regiones debemos estar en el marco mundialista del crecimiento profesional.
El periodismo debe ser decente, tener talento y cualificación para que los sueños sean reales en la inmensa cotidiana labor de hacer la historia todos los días…
Con esta apostilla, la ética y la moral periodística logran una razón histórica de la libertad de expresión. Por tanto, en el transcurso de la historia los hombres han luchado por el libre pensamiento en consciencia. Se han promulgado leyes, se han librado batallas y se han ofrendado vidas por el derecho de manifestar públicamente las ideas.
El modo de ver la libertad de expresión ha oscilado como un gran péndulo en el reloj del tiempo. Algunas veces se le ha considerado un privilegio al cual todos tienen derecho; otros, un problema de autoridad sin focos solucionadores sociales.
Es posible que este tema recuerde a los estudiosos de la historia al filósofo griego Sócrates (470-399 a.E.C.) cuyos juicios y doctrinas se consideraban una influencia corruptora para los jóvenes atenienses. La enorme consternación que se ocasionó entre los líderes políticos y religiosos de la jerarquía helénica lo llevó a la muerte. Su defensa ante el tribunal que lo condenó sigue siendo uno de los más elocuentes discursos a favor de la libertad de expresión: “…os estimo, atenienses, pero obedeceré al dios antes que a vosotros y, mientras tenga aliento y pueda, no cesaré de filosofar, de exhortados y de hacer demostraciones a todo aquel de vosotros con quien tope”. ¡Eso es defender su consciencia y el fundamento ético-humano!
El autor es periodista, analista social y geopolitólogo.