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Discriminación

Discriminación

Pedro P. Yermenos Forastieri

Su sueño era insertarse en el servicio exterior desde que se presentara la primera oportunidad. Estaba consciente de que no resultaría tarea fácil. Tenía claro que, dado su perfil, habría de enfrentar muchos obstáculos. De origen humilde, sin vinculaciones políticas y de características físicas opuestas a parámetros tradicionales de belleza.

Su fortaleza era la formación adquirida. Intentaba eludir pensamientos negativos derivados de la escasa valoración que en su país se tenía por ese activo. No obstante, su reciedumbre y confianza elevada en sí misma, le aportaban la seguridad de que, más temprano que tarde, sería tomada en consideración.

Cuando supo que su amigo había sido designado diplomático en México, sintió que la ocasión anhelada estaba cerca. Él conocía sus deseos y capacidades. Por eso, no tardó en comunicarle que la necesitaba a su lado. De esa forma, poco después estaba instalada en la capital azteca y así comenzó a ponerse de manifiesto todo lo que esta mujer podía aportar en el área que tanto le apasionaba.

Al cabo de cuatro años, su protector cesó en sus funciones. Pero ya su prestigio se había diseminado y fue retenida en su posición. Pese a sus esfuerzos por ser incluida en la carrera diplomática, todos resultaban inútiles y continuaba como personal contratado. Las distintas sedes fueron sucediéndose una tras otra y en todas dejaba una estela de eficiencia y magnífica convivencia con sus compañeros.

Estando de servicio en una legación sudamericana, fue requerida por un embajador recién designado en Europa. Le pareció una atractiva oportunidad y no vaciló en aceptarla.

Cuán lejos estaba de suponer que se iniciaría para ella la peor etapa de su su ciclo laboral.
Su escritorio quedaba justo al frente de aquella mujer que, apenas conocerla, empezó a hostigarla y discriminarla. Ambas, tenían perfiles perfectos para que nuestro personaje se convirtiera en blanco de su acosadora.

Esta última era una ignorante presumida; aquella, una humilde capaz; una, era aristócrata de pensamiento; la otra, despojada de toda ínfula rimbombante; creída de su supuesta belleza la primera; catalogada de fea la segunda. En fin, dos seres tan antagónicos como un día de sol y una noche cerrada.

Jamás supuso que tendría semejante desafío para su inteligencia emocional.Las cosas llegaron tan lejos, que la señora intentó entorpecer su relación con el embajador y esposa. Para su alivio, cuando quiso ofrecer su versión, no fue necesario: El jefe conocía cabalmente las dos.