Madrid. elmundo.es. Vanessa Hudgens (si no saben quién es acudan a sus hijas) dibuja un enorme pene (del latín ‘penis’) sobre su cuaderno de tareas escolares y, acto seguido, escribe sobre él: «Spring break, bitch». Si tampoco saben lo que significa, déjenlo estar y no discutan con su hija.
Hablamos de uno de los iconos adolescentes (la chica, no el pene) nacido al calor de la factoría Disney. Hasta no hace mucho, esta joven entonaba canciones de amor mientras animaba al equipo de baloncesto de su instituto en ‘High School Musical’. Tan tierna.
Pues bien, desde ‘Spring breakers’, de Harmony Korine, ya no volverá a ver con los mismos ojos a la cándida Gabriella Montez, así se llama su personaje en el musical de marras. Si además le contáramos (cosa que no vamos a hacer porque no sabemos de qué término del latín procede) dónde se mete el dibujo, probablemente esconda los DVDs que con tanto cariño regaló a su hija.
Y junto a Hudgens, Selena Gomez, otra chica Disney, entregada como la primera a literalmente arrojar ácido sobre su reputación de chica modelo. Para situarnos, la película cuenta unas vacaciones de adolescentes. Y claro está, se ve todo lo que nunca ha hecho ni hará su propio hijo o hija. Si se cree la frase que acaba de leer, tiene un problema. Y lo tiene en casa.
Pongámonos en situación, el guionista de la totémica y muy sucia ‘Kids’ y director de la menos turbia ‘Gummo’ andaba desaparecido desde que en 2009 presentará la violenta rareza ‘Trash humpers’. Pues bien, vuelve y lo hace a pleno pulmón. Olvídense de las idealizaciones torpes y pedestres de la adolescencia. Olvídense de Justin Bieber. De repente, esa edad incierta entre el vacío y la desesperación, entre la infancia y la edad adulta, se antoja el terreno perfecto para construir una brutal y muy divertida invitación al caos. Es la búsqueda descerebrada de la felicidad lo que es cuestionado. Nihilismo químicamente impuro.
No hay moralismos. Ni mensajes. Todo es carne cruda. La idea es construir una simple fábula alrededor de todas las mentiras que alimentan el universo de los 15 años. Hasta que en un momento dado, el disparate es tan olímpico que acaba por parecerse demasiado a la realidad. Y no es que duela, simplemente desconcierta, que es una sensación (la del desconcierto) más suave que el dolor, pero que dura más. La adolescencia no es sólo la diana sino la metáfora de todo lo que viene después. Desengañémonos, vivimos en un mundo irresponsablemente adolescente. Y no es moralismo, es simplemente lo que sale por la tele; es Falete saltando de un trampolín. Tan triste.
Korine lleva una vida entera jugando a confundir al espectador y, quién sabe, si a sí mismo. En sus manos, los jóvenes protagonistas no son unos seres musculados que recitan ripios de Federico Moccia. No, la muchachada se agita por la pantalla como la consecuencia necesaria de toda la basura acumulada desde que un buen día abrieron un tomo de ‘Crepúsculo’. Luego, eso sí, lo cerraron para ver ‘GH’. Y ahí siguen.
Se trata, si se quiere de «un poema pop» (como la define el propio director), un cuento de hadas sin moraleja, una bomba arrojada a la pantalla con la única intención del nerviosismo. Y es ahí, en el brillo de su superficie donde no es difícil identificar y ver cada una de las enfermedades que nos acosan. Lo que importa, lo profundo que diría el filósofo, se encuentra perfectamente a la vista. Brillante, irónico, sencillamente explosivo.
Ahora, aproveche la reforma educativa de Wert, y pida, exija, el latín como lengua obligatoria. Podrá hablar con su hija del lugar exacto donde, cuando usted no mira, se mete los dibujos que hace en clase (y, con perdón, lo dibujado también).