convergencia Opinión

Dos tristes partidas

Dos tristes partidas

Efraim Castillo

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Bernardo Bergés Peña

No es difícil escribir sobre la filosofía del trabajo y el cumplimiento cabal de asumirlo, si el protagonista de esa maravillosa ontología es un hombre que responde al nombre de Bernardo Bergés Peña. Y no, no es difícil hacerlo, porque la extensa trayectoria dedicada por Bernardo a la actividad publicitaria ha estado ahí, a la vista de todos; y esa es una disciplina que ha evolucionado asombrosamente gracias a los esfuerzos de hombres que, como él, han sido protagonistas de primer orden en su difícil y angustiante desarrollo.

Bernardo nació en Moca y llegó a Santo Domingo en 1956, cuando la dictadura de Trujillo entraba en su lustro final, comenzando a laborar en la editora de P. A. Gómez, en la calle Emiliano Tejera. De allí pasó, en 1957, a trabajar como corrector de pruebas y vendedor de anuncios en El Caribe; y ese año vendió su primer anuncio, naciendo en él un apasionado amor por la publicidad, donde dejó aflorar las múltiples cualidades que poseía: a) un apego desmedido al trabajo; b) una extraordinaria intuición, un olfato que le permitió conocer las apremiantes necesidades de sus clientes; c) una empatía que le llevó a convencer a creativos y ejecutivos talentosos a laborar junto a él; y d) una virtuosa honradez que le permitió defender los presupuestos de sus clientes a capa y espada.

Pero, ¿por qué pudo permanecer Bernardo Bergés Peña en el escenario de la publicidad dominicana durante más de cincuenta años? En primer lugar, por su trabajo y atenciones desmedidas hacia sus clientes, a quienes dedicaba esfuerzos inauditos para mantenerlos como líderes del mercado.

En segundo lugar, por su ilimitada intuición, ese flair, ese olfato o percepción para saber qué conviene a un cliente, que ha comenzado a perderse por los excesos de la multi-información y el establecimiento y crecimiento de las grandes firmas encuestadoras.

En tercer lugar, Bernardo Bergés Peña supo convertirse en capitán de varias generaciones de publicitarios, a los que atrajo hacia su empresa, contándose entre los mismos a muchos de los más afamados creativos y directores de arte del país.

En cuarto lugar, Bergés defendió los presupuestos de sus clientes como si se tratara de su propio dinero, y ese fue uno de los grandes méritos que poseyó. Sí, Bernardo actuó como un monje para defender las inversiones de sus amados clientes y su ejemplo ha sido continuado por su hijo, José Gregorio Bergés Ramis, quien ya dirige su propia agencia y ha ganado numerosos premios en creatividad.       

Ahora que Bernardo ha partido, recuerdo el día que cerró su agencia por problemas de salud y me llamó para comunicármelo.

Al hablarme, sentí que al otro lado de la línea telefónica, unidas a las palabras, había lágrimas en sus ojos. Supe ese día que Bernardo cerraba lo más preciado de su vida laboral: la publicidad, la herramienta del mercado a la que dio los mejores años de su existencia.

¡Hasta luego, querido amigo!