Opinión

EDITORIAL: Frankenstein

EDITORIAL: Frankenstein

La consolidación de la democracia parece tornarse en tarea difícil para la clase política que se empantana o zigzaguea cada vez que se requiere consensuar algún proyecto de ley destinado a garantizar derechos fundamentales o a fortalecer ensamblajes jurídicos que promueven transparencia desde el Gobierno y el Estado.

Sobran los ejemplos de iniciativas legislativas o gestiones de pactos políticos, económicos y sociales truncados o paralizados porque partidos levantan murallas para defender o preservar propios intereses, muchas veces asociados al Poder o a propósitos económicos.

Como muestra de lo antes señalado se identifican las leyes de Partidos, Movimientos y Agrupaciones Políticas y de Régimen Electoral, cuyas anatomías quedaron desfiguradas por el bisturí de los intereses partidarios y gubernamentales representados en el Congreso de la República.

Antes de ser promulgadas por el Poder Ejecutivo, esas iniciativas, llamadas a consolidar el espacio democrático, fueron virtualmente destripadas en improvisadas carnicerías congresuales, donde los intervinientes pugnaron por llevarse la mejor carne.

La Ley de Partidos y la Ley Electoral parecen hoy duplicidades de Frankenstein, de difícil aplicación por los tantos tornillos de intereses que les fueron impregnados, con el agravante de que los creadores de esos engendros rehúsan ahora sufragar su mantenimiento.

Es el caso de los comicios de los partidos para escoger sus candidatos a cargos electivos, que ahora se pretende su financiamiento salga de las costillas de los contribuyentes, bajo el alegato de que gran parte de la otra millonada ya succionada al Estado se emplea en “gastos administrativos” y en “educación a la militancia”.

La Ley Electoral fue colocada a última hora dentro de una sartén con agua hirviente, en interés de ablandarla y servirla de inmediato, lo que ha motivado que propios cocineros adviertan sobre la posibilidad de que su contenido colisione con la Constitución.

La democracia política no se puede levantar sobre naipes o castillos de arena, ni mucho menos como torre de Babel sostenida sobre intereses contrapuestos, cuyos únicos puntos comunes tienen que ver con el oportunismo y el insaciable deseo de amamantarse en la ubre pública.

El Nacional

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