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El especial de la familia

El especial de la familia

Pedro Pablo Yermenos Forastieri

Fue el primogénito de una numerosa familia. Detrás suyo, vendrían siete hembritas, más que buscando otros varoncitos, sin dudas procurando que la suerte de sus padres resultare mejor que lo ocurrido con el único representante de la masculinidad en la descendencia.

Al principio, todo estaba a nivel de simples sospechas. Desde la apariencia física del niño, algo les decía que las cosas no estaban bien. No solo su mirada, sino el extraño orbitar de sus ojos que hasta miedo provocaba en los primitos cuando lo observaban.

Al ir creciendo, lo especial de sus características se profundizaba. Era tan acentuada su dificultad para el aprendizaje, que sus ascendientes, campesinos con bajísima instrucción, decidieron que lo destinarían a colaborar en las rudas tareas del cultivo de la tierra.

Después de todo, empezaba a escasear la obra de mano, trasladada a la comodidad de la conducción de motos para el transporte que, en adición, era más rentable.

Resultó todo un éxito en el desempeño de sus nuevas funciones. La tosquedad de sus maneras para la convivencia en la cotidianidad con su entorno, se tradujo en un beneficio gigante ante la inclemencia de sus tareas rurales. Nadie soportaba con mayor estoicismo los efectos terribles del abrasante sol caribeño.

Era quien más rendía sin importar la encomienda que le asignaran. Cortaba los árboles con destreza inigualable; sembraba más planticas que todos. Aplicaba herbicidas sin inmutarse; cosechaba el triple de sus compañeros. En fin, era lo máximo mientras más demandantes fueran los oficios.

Cuando su proceso de adultez fue consolidándose, su papá empezó a preocuparse por la canalización que pudiera hacer de los reclamos irreversibles de la carne. Temía que empezara a atiborrarlo de nietos, no solo por los niños en sí, que si fueren varones serían bienvenidos, sino por la calidad que sospechaba podrían tener sus madres.
El pánico resultó infundado. Sus investigaciones en lugares que consideraba proclives para materializarse el riesgo sospechado, arrojaron que jamás los había visitado.

Tomaba medidas para descubrir si recurría a sus propios mecanismos para aplacar las iras del deseo. Nada. Aquella mole humana, sobrada de fortaleza y despojada de sabiduría, parecía ajeno a esas urgencias naturales.

Aquella madrugada, su progenitor decidió seguirlo al área del ordeño. Descubrió el secreto ansiosamente buscado. No pudo contener las lágrimas ante la desesperada desnudez de su vástago. Habría preferido mil veces que hubiese sido asiduo visitante de lugares donde investigó sin resultados positivos.