Opinión

El espejo

El espejo

 “Muchas cosas pierde el hombre que a veces las vuelve a hallar, pero les debo enseñar,

y  es bueno que lo recuerden, los que la vergüenza pierden, no la vuelven a encontrar”.

                                                                      Martín Fierro

Un espejo puede convertirse en un arma ética poderosa. Una mira telescópica que persigue al reflejado donde quiera que pretenda escudarse, recordándole que jamás podrá escapar del señalamiento acusador ante la ignominia cometida. Pobrecito, intentando cubrirse de su propia imagen, como si el manto que se echa encima fuera un borrador de estigmas. No se trata de un frasquito que se venda en boticas. Hablamos de huellas trazadas con el pincel de la coherencia. De la cual carece.

 El material esencial de ese espejo es la conducta, una trayectoria que, al volverse la vista atrás, deja ver pisadas firmes en un camino elegido no por conveniencias de momentos, sino por convicciones tan firmemente enraizadas que se está en disposición de saldar cualquier precio a cambio de sustentarlas. Es el espejo al que rehuyen quienes han traicionado un legado al que debían fidelidad y respeto.

 La dirigencia de esta sociedad, sumida en crisis mayor, precisa de espejos de esa naturaleza, que sirvan para poner de manifiesto una ausencia absoluta de valores y hagan añicos la tesis de que todos han hecho lo mismo, de que no es posible hacerlo bien y de que actuar en consonancia con los principios no produce victorias de mayor contundencia que el triunfo siempre efímero de la deshonra.

 Juan Bosch es un espejo refulgente. Lejos de apagar su luz, no hará más que incrementar su capacidad de perseguir con un índice largo que llegará directo a los simuladores rostros de quienes más que continuarlo en poltronas burocráticas, tenían el deber de sucederlo en su terquedad ética irrenunciable, con lo cual, en vez de propiciarlo, habrían evitado el robo vulgar de millones y millones de pesos descaradamente arrancados de la miseria nacional.

 Ese espejo ha estado ahí, aun guardado, aun empolvado, aun olvidado, pero ahí, siempre dispuesto a devolver una imagen que cercena la conciencia de quienes no pueden resistir mirarse en él durante 5 segundos, porque caen acribillados de censura por una dignidad que desconocen.

 El documental de René Fortunato ha venido a lustrar el espejo, a activarlo, y lo ha hecho en el momento más oportuno, en las horas de poder de un discipulado traidor, permitiendo mostrarles el decálogo olvidado, del cual el Maestro nunca se apartó, y ellos, en cambio, lo han usado para  intentar causarle después de muerto, el asesinato que no ejecutaron sus abiertos enemigos. Pero no “comprenden” que los muertos son ellos. Los muertos de la indignidad.

Son tan torpes, ¿o descarados?, que acudieron en masa a verse en el espejo, y sucedió lo previsible. Quedaron expuestos, reflejados, denunciados, acusados y condenados. El protagonista del film actuó desde el escenario erigido por la autoridad de su ejemplo y el látigo de la historia cayó, sin piedad, sobre sus almas corrompidas. Al final, no les quedó más que, raudos, abandonar la sala antes de que las luces del teatro delataran su presencia infame y su piel azotada por el castigo merecido.

yermenosanchez@codetel.net.do

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