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El Gobierno y su imagen

El Gobierno y su imagen

Luis Pérez Casanova

Tal vez impulsado por la ola de cambio o como resultado de diferentes factores,  el presidente Luis Abinader pudo pensar que su estilo espontáneo y la cercanía con la gente eran suficientes para conformar una imagen justa de su Gobierno.

A medida que ha pasado el tiempo el Gobierno se ha encontrado con que su apariencia no es la que se corresponde con las inversiones que ha hecho para enfrentar la pandemia, la racionalidad y la transparencia que enarbola ni la recuperación de la economía de que se vanagloria. Ha visto en  la comunicación su principal lastre.

En procura de una  comunicación más efectiva, el Presidente eliminó  la Dirección General de Comunicación y la Dirección de Información, Análisis y Programación Estratégica y creó a través del decreto 542-21 la Dirección de Estrategia y Comunicación Gubernamental, bajo la orientación del experto Homero Figueroa. Por medio del mismo mandato también se creó la Dirección de Prensa del Presidente, al frente de la cual se designó al veterano periodista Daniel García Archibald. En poco tiempo el propio Gobierno ha comprendido que la estructura es insuficiente para sus fines.

Alejado de la espontaneidad el Gobierno comprendió que en comunicación había que invertir. Es lo que explica los 400 millones de pesos de que dispuso para la contratación de un sistema integrado de comunicación estratégica gubernamental, que incluirá planes de mercadeo y crisis para el Estado, una asesoría, manejo y monitoreo de las informaciones oficiales. Y lo que es más llamativo: manejo de la imagen del Gobierno y del Presidente, así como la contratación y colocación de publicidad e investigaciones de opinión y ratings de medios.

Abinader como Presidente ha tenido prensa de sobra. Sin embargo, asuntos puntuales se han perdido porque no se ha sabido canalizarlas, quizás por el carácter espontáneo o la inconformidad que parece darse en un segmento sobre todo en círculos de opinión, con un Gobierno que pierde encanto.

Ante el brumoso cuadro y las condiciones del país es comprensible que el Gobierno explore alternativas. Más aún cuando la soberbia y la ineficiencia de funcionarios han comenzado a opacar la imagen del propio jefe del Estado. Había que desterrar las cosas malas del pasado, sobre todo la dilapidación de recursos para manipular a la opinión pública.

Pero se tiene que ser más flexible en muchos aspectos del ejercicio del poder. Hoy luce acorralado, en gran medida por la ausencia de voceros y de una eficaz política de comunicación,  pero también por la pesada burocratización administrativa que obstaculiza hasta la desesperación el más simple de los procedimientos.