En este leviatán de Rusia se evoca la figura del “fuhrer”, ese ser diabólico que ha llevado la guerra con lenta y metódica destrucción de Ucrania. No obstante, esa conducta quedar plasmada en Chechenia, Georgia y Siria, en Ucrania ha replicado y actuado más allá de cualquier regla de la guerra: ha llegado al genocidio más extremo.
Obnubilado por las “victorias”, vuelve nuevamente a la escena en la que estaban anclados los zares y soviets tratando de reconducir sus vecinos a su órbita. Ignoró la naturaleza de la resistencia ucraniana y la determinación de Occidente que han puesto en apuros al ejército invasor. Su fracaso le conducirá inexorablemente a la humillación, y visto su poder nuclear manda amenazas y alardea de una conflagración mayor porque “Putin no puede ser humillado”.
Un enemigo a quien hay que ajustarle las cuentas por sus vicios detestables, tiene ahora defensores de la talla de Henry Kissinger, quien propone que se le conceda “algún espacio de triunfo” antes de que el tiempo no lo permita; Enmanuel Macron “le pide a Ucrania no humillar a Putin”, y el millonario y filántropo norteamericano George Soros plantea “derrotarle cuanto antes y evitar lo peor”.
La perversidad del poder no puede premiarse, y obsérvese que Estados Unidos fue humillado en Vietnam (50 mil soldados muertos; cientos de miles mutilados y mal heridos), Irak y Afganistán y no amenazó a China y a Rusia que suministraban las armas más sofisticadas con arrojarles artefactos nucleares. Pedirle a Ucrania que le conceda su soberanía a este aparato de dominación es un brindis a la deshumanización del despotismo contra la recta razón.
Es privilegiar abusivamente la mediocridad de pretender mezclar los destinos de estos dos pueblos. Lo risible, por no decir frustratorio, es ver que el dictador goza de apoyo de ultraderechistas e izquierdistas, toda una absurdidad ideológica. Que pierda su guerra como mandatan las normas y que pague su crimen.