Articulistas

El mundo somos todos

El mundo somos todos

Chiqui Vicioso

Si quieres saber si el mundo somos todos, como dice un anuncio del UNICEF con niños y niñas de todo el planeta, ingresa a un hospital en Nueva York.

Julia, boricua jefa de admisiones, te recibirá y referirá donde un médico polaco, nacido en Panamá, de origen judío, que habla perfectamente español.

Este tiene un equipo conformado por un enfermero, que debe ser colombiano o ecuatoriano, dos enfermeros, uno de Jamaica y otro de Barbados, y un anestesista blanco, que no aún ignoro  dónde origina.

En la sala de preparación te recibirá  Ana, bondadosa enfermera irlandesa que te contara sobre los horrores de la ocupación inglesa a su país donde la sospecha de disidencia de algún familiar significaba el encarcelamiento de toda la familia y su conversión en muertos civiles; además de los sufrimientos de  su hermana menor cuando  salió embazada a los 16, en un país donde hoy se descubren cementerios y fosas comunes, en todos los conventos,  de infantes hijos a su vez de otras infantes, y  enterrados por las monjas sin ninguna piedad.

“No hay nada peor que el fanatismo religioso y las guerras por tierra, el fanatismo convierte a la gente en bestias” dice Ana; y ya no somos una dominicana y una irlandesa conversando sino dos mujeres sacudidas por el mismo horror.

Del Hospital me traslada un dominicano alegre con su suerte, que llena de “chines” de Patria la ambulancia; bajo un ciclón diluido en tormenta, a un lugar donde casi todo el personal es hindú, chino y nepalés, excepto  Eva, una polaca que dirige el Centro y que habla perfectamente el español.

La muchacha que me atiende parece hindú, pero es de Nepal.  Es tan aparentemente frágil que dudo pueda levantarme para cambiarme los pañales o llevarme al baño, trance que deberían experimentar todos y todas los que practican el pecado más aborrecido por Dios:  la soberbia.

Mi enfermera es de Nepal, pero desconoce la película de Brat Pitt y las luchas pro-Dalai Lama de Richard Gere ;  también ignora que, a pocas horas de aquí, en Newark, existe el Museo Tibetano más grande del mundo; así como un jardín de árboles de cereza tres veces mayor que el de Washington.  De hecho, cada primavera llegan autobuses llenos de japoneses, a retratarse entre las flores.

Tengo el mundo literalmente a mis pies, intentando hablar español y animándome con un rustico “Máma”.  Ya conozco como se dice gracias en todas sus lenguas y solo lamento que Trump y sus fanáticos antinmigrantes no experimenten una solidaridad que trasciende el oficio y donde todos tratan de animarte cuando te dicen: “A ver, usted debe ser capaz de una sonrisa”.

Por: Chiqui Vicioso luisavicioso21@gmail.com

El Nacional

La Voz de Todos