Opinión

El pecado de Miriam Germán

El pecado de Miriam Germán

Namphi Rodríguez

He propuesto a Miriam Germán Brito a la presidencia de la Suprema Corte de Justicia (SCJ) no sólo por su condición de mujer, sino por su probidad, su pulcritud y su contribución a las libertades públicas.

Sin embargo, no cabe duda que su elección como primera mujer presidenta de la SCJ en 174 años de historia republicana representaría un reconocimiento al papel y abnegación de las mujeres en la sociedad dominicana.

La presidencia de la SCJ ha sido un coto cerrado de hombres, pese a que en otros poderes del Estado ya ha habido mujeres que han dignificado altas posiciones, como Milagros Ortíz Bosch y Margarita Cedeño de Fernández.

Mi valoración de la magistrada Germán Brito no es un impulso del momento. El año pasado escribí en las páginas de este vespertino las líneas que transcribo a continuación sobre esa honorable jueza y admirable ser humano:
“Las epístolas al poder de Miriam Germán Brito son un fehaciente testimonio de integridad de una jueza que ha sido testigo de excepción de los azarosos momentos vividos por nuestra Justicia.

Conozco a Miriam Germán desde hace más de dos décadas; eran mis días de hombre feliz e indocumentado embadurnando cuartillas como cronista judicial del desaparecido vespertino Ultima Hora.

En los corrillos del Palacio de Justicia de Ciudad Nueva, la magistrada Germán Brito ya era una autoridad. Suya es la idea de que no hay peor condena para un acusado que la del prejuicio silente del juzgador. Con lo cual es conveniente no olvidar que Einstein escribió que es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio.

Por eso, el tribunal que presidía la jueza Germán era reservorio de quienes impetraban justicia en un sistema inquisitorio sordo que se asemejaba a una larga noche bajo la sombra del poder omnímodo de Joaquín Balaguer.

En esos días aciagos se ejercía la magistratura del garrote penal contra los más pobres y contra quienes luchaban por las libertades públicas.

No obstante, la jueza Germán Brito supo defender la dignidad de su magistratura y proteger la democracia.
En septiembre de 1993, la magistrada envío una de sus célebres cartas a Balaguer, en la que le respondía el reproche público que el octogenario líder le hizo por una sentencia a favor de un acusado por insuficiencia de pruebas.

“Sólo cuente con nuestra sentencia condenatoria, dijo, cuando el Ministerio Público cumpla su obligación de probar y los que investigan dejen de acomodar expedientes para luego rasgarse las vestiduras”.

Si de algún pecado se puede acusar a Miriam Germán es de aquel que advirtió Francisco de Quevedo cuando escribió que, “donde hay poca justicia, es un pecado tener razón”.

El Nacional

La Voz de Todos