Desde antes de arrancar la precampaña en Estados Unidos, daba por descontado que Jeb Bush sería no no solo el candidato republicano, sino el casi seguro sucesor del presidente Barack Obama en la Casa Blanca. Sus condiciones políticas y personales tienen mucho más peso y son más relevantes que el lastre heredado de las gestiones de su padre y de su hermano. Pero, un fenómeno llamado Donald Trump, con un discurso incendiario, ha modificado por completo el panorama en los predios del partido conservador.
Que Jeb, ex gobernador de Florida, esté ligado a la comunidad hispana, casado con una mexicana de origen muy humilde, que pronuncie sus discursos tanto en español como en inglés, que sea tolerante con los inmigrantes y que esté a la izquierda del Tea Party de nada le han valido. Lejos de Trump, el magnate que ha planteado construir un muro fronterizo y restringir la entrada a los musulmanes, así como de Marco Rubio y Ted Cruz, los precandidatos de ascendencia cubana, Bush no resistió la frustración y decidió abandonar la carrera. Sabía que se le haría muy difícil remontar.
Con Hillary Clinton, a quien las encuestas daban como amplia favorita, siempre he tenido mis reservas. En principio sus posibilidades las supedité a la decisión que adoptara el vicepresidente Joe Biden, mucho más liberal que ella. Pero como si el destino obrara a su favor Biden le despejó el camino al renunciar a la carrera por la nominación. Al senador Bernie Sanders, que sigue ganando terreno en la disputa, vine a verlo después que los laboristas eligieron un nuevo vocero, Jeremy Corbyn, que lo inspiró, dado que ambos coinciden en su enfoque de la realidad y en sus estilos de vida.
Hoy, se puede vaticinar una polarización en las elecciones de Estados Unidos entre el ultraconservador Donald Trump y el ultraliberal Bernie Sanders. Pero sin negar un mínimo de posibilidades a Hillary, quien viene de ganar, aunque por estrechísimo margen, las primarias de Iowa y Nevada. La ex ministra de Relaciones Exteriores, quien durante mucho tiempo se perfiló como la gran favorita de su partido y de la comunidad internacional, representa para una amplia franja de votantes más de lo mismo.
Obama ni las élites demócrata y republicana quieren un gobernante que acompañe su propuesta de lo que ellos entienden, no sin cierto dejo de miedo, la manipulación de los sentimientos de las masas con discursos efectistas; en otras palabras, en el populismo que se ha puesto de moda. Sin embargo, tanto el magnate inmobiliario como el senador por Vermont son una realidad en la batalla por la Casa Blanca, el primero con una retórica nacionalista, intolerante y racista, y el segundo con una campaña que desnuda al propio sistema.