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El tiempo como cicatriz

El tiempo como cicatriz

Diversas opiniones sobre el tiempo parecen inquietarnos. Por ejemplo, Brodsky afirma que “estamos aquí para aprender no sólo lo que el tiempo tiene al hombre, sino también lo que el lenguaje hace al tiempo”.

Experiencia humana y lenguaje se reordenan para concretizar la versión del pasado. ¿Quién niega entonces que haya un tiempo del lenguaje que marca las pautas del pensamiento? ¿Cómo tendremos conciencia de la instantaneidad si no es a través del mecanismo del lenguaje?

Cuando lo atemporal haya desaparecido de la conciencia humana, entonces habremos perdido la memoria y ese será el final. De ahí que la memoria estará a tono con la conciencia misma de una historicidad que sólo es posible a través del lenguaje.

El tiempo define así a la experiencia humana y le imprime a esta la melancólica expresión del pasado. Muy probablemente su sello característico sean quizás las marcas que han quedado en el rostro de quienes han vivido muchos años y sobre todo, el reto que significa el enfrentamiento con la tragedia. Todo final es una tragedia, la espera última que anida en el subconsciente del hombre también es trágico.

Lo que muchos consideran como una forma lineal de mirar y evaluar el tiempo. Muchos se sorprenderían quizás cuando miren sus rostros desvencijados, sus acertados rostros hechos en una imagen de caricatura, entonces es cuando la memoria vuelve a recuperar la dicha que significa recrear el tiempo frente a la imagen del espejo.

Ahí precisamente está la esencia del drama que significa el paso de los años en el hombre. Algunas reflexiones hasta podrían resultar oportunas, a propósito de la frase de Brodsky.
Dotado de un poco de optimismo, conviene a veces desafiar el tiempo, ese instante que te queda para pensar si te dejas caer en el vacío o decides seguir viviendo en el fragor de las dificultades.

San Agustín fue preciso al reflexionar sobre cuestiones menos severas para el hombre, sin embargo el tiempo fue para él una de las aristas que más acentúan su marca en la tierra. Gracias a los límites del tiempo determinamos, los límites de nuestra memoria, con la que recordamos y olvidamos. A veces se piensa que vivimos porque recordamos, pero en definitiva “vivimos porque olvidamos” dijo Nietzsche.

Por esta razón el tiempo impone su marca. No puede haber una frase más acogedora para definir estas preocupaciones como la de Margarite Yourcenar cuando afirmó: “el tiempo es el gran escultor”. Moldea y se impone, porque es el origen de toda tragedia, nacemos en un tiempo y morimos en otro, sin que tengamos conciencia de ello. Al final, es la huella imperecedera de los años la que nos domina. La masacre última de lo imperdurable, es a la vez el dolor incurable que nos queda, precisamente saber que algún día todo tendrá un final trágico.

Con su mano implacable el tiempo, va trazando minuto a minuto las coordenadas que le dan significado a la existencia, es por esta razón que la escultura que al final somos, es la esencia misma de lo que día a día vamos siendo. De forma tal que el resultado de la vida es un gerundio que termina con la muerte.

Equivocados estamos al pensar que construimos la vida, es lo contrario, al instante mismo de nacer ya estamos asistiendo a nuestra propia muerte, cabalgando y esculpiendo como el gran artista que somos de nuestro destino. Tenemos conocimiento del tiempo por la conciencia que imaginamos tener de él como ente abstracto. El niño comienza a tener conciencia cuando cree que puede reflexionar, cuando piensa en el hoy o en el ayer.

De ahí que si el hombre tuviera la posibilidad de detener el tiempo o de estatizarlo, quizás esta fuera una instancia un poco sosegada en el interior de la conciencia misma. En definitiva, el tiempo como categoría filosófica ha sido el mismo, son los seres humanos los que a través del estado consciente le dan cabida al tiempo.

No obstante a estas reflexiones, la belleza de la vida está en darle significado a la ilusión de vivir, esto es, para tratar de alcanzar el tiempo que queremos, y que llamamos futuro. ¿Cuál sería pues la esperanza del hombre en la tierra? Perpetrarse en el tiempo, guarecerse en la imagen que perdure “secula seculorum” hacer de él una labor perenne en los habitantes terrenales.

Ahora entiendo cual es el secreto escondido en las pirámides antiguas y en las obras de los faraones. No son quizás las formas y la belleza de su escultura ni como están esculpidas, ni la cantidad de esfuerzo material que significó su construcción, creo más bien que la importancia de esas construcciones fue más que todo, la preocupación de dejar encerrada una idea del tiempo como categoría que lo eterniza todo.

El tiempo establece su marca en las relaciones cotidianas, mide con su vara las relaciones amorosas, las relaciones comerciales, la política, la moda, el arte. Es el eje transversal de la historia. Se adelanta, en ocasiones a lo que ayer fue y viceversa, de manera que retrocede hacia otro estadios de la memoria de la que se asiste para perdurar.

El autor es escritor y profesor.

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