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El viaje a Madrid o al centro del coloniaje

El viaje a Madrid  o al centro del coloniaje

El ambiente cultural dominicano es lastimeramente pobre, aquí pocas cosas causan escándalo o remueven el firmamento literario. Nuestro evento cultural más importante, la feria anual de libro, pasa dejando cierta pena, arañando una cicatera y esmirriada gloria. El esfuerzo aunque vale la pena, (sin ánimo de denostarlo) está encausado erróneamente en múltiples directrices.

Por eso, cuando ocurren ciertos acontecimientos en el campo cultural, es interesante llevar allí los ojos para analizarlos. El reciente conflicto entre el Ministerio de Cultura y un grupo de escritores hace sonar el sonajero y a cierta reflexión empuja. Se celebra la Feria del Libro de Madrid, y algunos escritores quisqueyanos quieren pisar con sus pies polvosos la tierra cervantina, ese Madrid de los libros, ese Madrid harto hermoso de las postales.

Que sea o no cierto que el ministro Eduardo Selman haya amenazado con cancelar al funcionario-escritor que quiera ir por su cuenta, sólo desnuda la situación embarazosa del artista que es asalariado, del escritor que depende para vivir del oficialismo, esa criatura oscura que pare tantas deformidades.

Hay dualidades que lastiman. Hay dualidades que cercenan. Hay dualidades que esclavizan. Pedro Antonio Valdez, funcionario cuya data laboral viene desde los gloriosos tiempos de José Rafael Lantigua, y Miguel De Camps, han negado la especie bochornosa de la amenaza del ministro, de ese funcionario que uno ve más cercano a construir islas artificiales que a edificar futuros culturales.

Viajar y participar en ferias del libro internacionales no hace a nadie más escritor, ni contribuye a que se importantice la obra del artista de la palabra. La miseria se carga siempre, la grandeza es asunto de interioridades penetrantes. Sin embargo, en la mayoría de escritores del patio se tiene entre ceja y ceja que eso es fundamental para “internacionalizarse”, para llegar más lejos.

Los extranjeros siempre ven al dominicano, escritor o no, como un ser perteneciente a un enjambre con hambre, a un grupo humano inexorablemente del tercer mundo. Me imagino al madrileño viendo el desparpajo con que se mueve el letrado dominicano. La gente de letra no escapa a tales calificativos. Ese afán del escritor dominicano por darse a conocer, por ser publicado por editoriales importantes, por conocer a importantes editores y escritores y hacerle corte a cualquier pelafustán extranjero que venga al país con tales propuestas de darlo a conocer urbi et orbi, solidifican el mítico ridículo que cargamos desde la época de la colonia.

Nos interesa, en el aspecto cultural, construir un montón de escombros, más que una casa de ladrillos. ¿Por qué no nos hacemos fuerte a lo interno para lograr ser reconocidos en el extranjero? ¿Por qué no hacemos una feria nacional donde se incentive el amor a la lectura? ¿Por qué no abogamos por la creación de bibliotecas como hizo Argentina, donde están diseminadas por doquier? ¿Por qué no ahorrar dinero y dejar de traer escritores internacionales a todas las ferias, y en cambio, destinar a formar una masa de lectores, a hacer ediciones baratas de libros que lleguen al gran público? Ilústrennos queridos barbudos cubanos…
Cuba y Venezuela se hicieron respetar porque no se rindieron ante la fatuidad y el relumbrón. Crearon un mercado de lectores, premiaciones importantes, y posibilitaron que el pueblo fuese partícipe del verdadero desarrollo de la cultura. Más que el que escribe, la cultura la cimenta el que lee.

En sentido general en el alma del escritor dominicano, como en el más elemental hombre que pisa esta expoliada tierra, está insertado un chic del coloniaje. Nos creemos más cuando nos reconoce el extranjero, existimos cuando el hombre blanco “de afuera” posa sus ojos y su venerada atención en lo que hemos hecho.

Que Pedro Henríquez Ureña sea nuestro escritor dominicano más internacional no se debe a labores publicitarias. Su buen nombre es de madera extraña. Resta desearle buen viaje a los que van a Madrid, subrayando que finalmente los pesos pesados se alzarán con el santo, la limosna y el viaje.

La aristocracia se impone, diría un apelmazado mientras imagina la bembita que hacen los que se quedan. Recuerdo, para concluir, que el viaje de mujeres dominicanas a España, dejó un lastre de prejuicios, mansiones, mantenidos a distancia, y muchos euros. Espero que el de los escritores dominicanos a la feria de Madrid, deje algo positivo.

El autor es escritor y periodista.

El Nacional

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