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El “vividorismo” humano

El “vividorismo” humano

He conocido personas de ambos sexos que nunca han dado un golpe, como se dice en el lenguaje popular, y sin embargo han vivido mejor que algunos convencidos de que hay que ganarse el pan con el sudor de su frente, y de que el trabajo ennoblece y dignifica.
El humor del dominicano ha sabido satirizar a los picoteadores, vividores y peleros, motes que se aplica a los que sustentan la teoría de que todo el que trabaja es porque no sabe hacer otra cosa.
El picoteador profesional hace gala de suma habilidad para liberar a parientes, amigos y relacionados, de parte del dinero que carga, principalmente valiéndose del más que probado poder del elogio.
Mi buen amigo el destacado historiador Juan Daniel Balcácer me contó que hace algunos años se presentó a la oficina que ocupaba como director de Relaciones Públicas de una empresa privada un señor de mediana edad, elegantemente vestido.
Tras un fuerte apretón de manos, el recién llegado afirmó que había leído todas las obras de su coyuntural interlocutor, a quien definió como el más grande de los historiadores dominicanos.
Dijo que le había sorprendido la juventud de Juan Daniel, añadiendo que era increíble que con esa temprana edad pudiera albergar en su mente tanta sapiencia.
Mantuvo durante aproximadamente quince minutos una ininterrumpida charla abundante de frases encomiásticas, y cuando se despedía del acucioso investigador histórico, este le preguntó sobre el motivo de su visita.
Su respuesta fue que necesitaba con urgencia una suma de dinero que mencionó, pero que el honor de conocer personalmente a un hombre tan ilustre, sobrepasaba cualquier cantidad, por elevada que fuera.
Creo que huelga señalar que el amigo duartista le entregó los molongos, valga el dominicanismo, no solo con presteza, sino también con placentera elevación del ego.
Cuando escribía mi columna Estampas Dominicanas en la desaparecida revista ¡Ahora! una tarde que caminaba por la calle El Conde , me abordó una señora con aspecto de cuarentona.
-Estoy segura de que el mejor escritor costumbrista de América Latina, y quizás de Europa, tiene un buen corazón, porque pocas veces la maldad y el talento andan juntos, y me pagará lo del pasaje que necesito para trasladarme a San Pedro de Macorís, mi pueblo. Y si no me ayuda, no por eso va a disminuir la inmensa admiración que le tengo- me dijo, para luego darme un abrazo, con cara sonriente.
Menos de un minuto después salía de mi cartera el dinero que deposité en sus manos, convencido de que hubiera sido una imperdonable mezquindad no haber retribuido el elogio desmesurado de mi real o fingida admiradora.
Un pariente que atravesaba por una crisis económica de desempleado galanteaba en una concurrida avenida a una joven de la cual estaba románticamente asfixiado.
Un juvenil holgazán picoteador lo paró en una esquina y le pidió veinte pesos, y él, para no mostrar la aurífera orfandad que lo afectaba, le dio la ínfima suma al individuo.
Casi en seguida se despidió de la damisela pretendida, y cuando estaba fuera de su vista, corrió hasta alcanzar al parásito social, y lo obligó a devolverle el único dinero que llevaba.
La mayoría de los vividores son amantes de los placeres mundanales, entre ellos las libaciones de bebidas alcohólicas, que ingieren sin cantearse, lo que en lenguaje dominicano significa sin soltar dinero.
Posan sus glúteos en los asientos de restaurantes, o en taburetes de barras o de pulperías de sectores populares para “lamberle” los tragos a sus amigos, conocidos, y hasta a algún desconocido anestesiado por el elogio fingidamente sincero.
Otro vividor, este de largos periodos es el arrimado, una especie de huésped circunstancial, que se aloja en una casa sin contribuir monetariamente con sus moradores.
Generalmente es un pariente desempleado, y que se convierte en poco tiempo en el mayor consumidor de alimentos de la familia, y que cuando coge confianza se torna exigente frente a platos que no le agradan.
El visitante inesperado que llega a las casas de sus amigos en horas de comida, con frecuencia es invitado a compartirla con los involuntarios anfitriones, dada la conocida hospitalidad del criollo, aún a sabiendas de que su presencia casi nunca es casual.
Se trata obviamente de otra variante del aficionado a vivir de sus semejantes, ese personaje desprovisto de vergüenza y pudor..

El Nacional

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