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En su centenario

En su centenario

Pedro P. Yermenos Forastieri

El papá tenía particular fijación con el potencial que intuía desarrollaría su hija. Motivos no le faltaban. Desde pequeñita dio demostraciones de inteligencia superior.Al ingresar a la escuela, su notoriedad se hizo evidente.

Era la mejor de su curso. No había asignatura que le resultare difícil. En adición, recitaba larguísimas poesías con gracia inigualable. Como si fuera poco, la naturaleza la dotó de belleza física impresionante.
El latir atropellado de su corazón a causa de ese joven tan apuesto como ella, vino a trastornar los propósitos de su padre. No se trataba de que el muchacho no le cayera bien. Era que, en sus planes, una buena formación para ella era la prioridad.

Pronto se percató de que, en la situación, él tenía todas las de perder, sobre todo si se obstinaba en oponerse a un sentimiento que cada vez se hacía más ostensible.

Logró convencerla de inscribirse en el más acreditado centro de estudios de la capital del país.
Antes de marcharse, le garantizó a su amado que, por la intensidad del amor recíproco que sentían, en su caso, la distancia operaría como el viento, que apaga los fuegos pequeños, pero enciende los grandes.
La súbita muerte de su mamá y la complicada circunstancia de la viudez de su progenitor con los otros cinco hijos que habían procreado fue el pretexto que necesitaba para precipitar su regreso. No sirvió de mucho que él intentara persuadirla para que continuara sus estudios.

Apenas concluyó el año escolar, de nuevo estaba en su ciudad natal y, como era lógico, en los brazos de quien pronto se convirtió en su esposo.

La personalidad carismática del marido era de tal magnitud, que hizo que su suegro se resignara al no poder materializar los sueños que se había forjado con su brillante descendiente, y disfrutaba verlos construyendo el camino de una familia que destacaba por la crianza esmerada que sus integrantes recibían.

Así fue pasando el tiempo y, con los altibajos naturales, esa relación se fue consolidando hasta que, al cumplir 65 años caminando unidos, él se fracturó por segunda vez su cadera y, a diferencia de la primera, no logró sobrevivir.

El duelo no hizo más que reafirmar su acerado carácter y su indómita voluntad para sobreponerse a los avatares del destino.

En su centenario, continúa siendo elemento unificador de un núcleo familiar que rinde homenaje a su historia de dignidad y coraje.